jueves, 17 de diciembre de 2015

Larga vida al rock & roll

Hace unos días, la ministra de seguridad del gobierno neo conservador que recién comienza a maltratarnos, hizo pública la nominación de un hombre que tuvo un pasado como escritor de estupideces en una antigua publicación ultra conservadora. Enseguida, las palabras derramadas hace años por el sujeto, hicieron coalición con la pretendida imagen liberal que buscan dar los neo conservadores y, entonces, el nombramiento del señor en cuestión, no se produjo... 


Toda esta situación me disparó un par de reflexiones. La primera tiene que ver con preguntarme si los errores del pasado pueden condicionar eternamente. Una persona que pensó algo hace años puede, a través de esos mismos años, cambiar completamente de forma de pensar, y, no resulta para nada lógico echarle en cara esos razonamientos que ya dejó de lado… Ejemplo: un joven, a raíz del clima que impera en su entorno familiar, por acuerdo u oposición, piensa determinada cosa, que, con el paso del tiempo, logra confrontar con otras ideas y va llegando a un pensamiento que podemos calificar como propio y que puede ser perfectamente opuesto, o casi, a esos argumentos que supo sostener en esa juventud alejada… ¿No es algo más o menos así lo que nos pasa a todos los seres humanos?
La otra reflexión tiene que ver con el viejo escrito exhumado para mal del señor que no pudo llegar a funcionario. En él, según trascendió en los periódicos, el hombre este decía acerca del rock & roll: "es el movimiento 'artístico' más subversivo, anticristiano, antimetafísico y contracultural de todos los tiempos”… "su ritmo destemplado exacerba las pasiones contra el espíritu y crea un estado hipnótico en este y lavado cerebral"… "toda deformación de la cultura debe ser considerada subversiva y, como tal, erradicada"… "La 'filosofía' del rock conduce al deseo desesperado de la muerte e induce al suicidio”… “Ofrece la posibilidad de convertirse en un animal o un marica"…
¡Hermoso!...
Aunque, penosamente, el rock & roll parece haber ido perdiendo esa potencia que refería, según dicen los periódicos, Carlos Manfroni, en su texto de juventud… Sumido en la asimilación a la industria cultural, el rock, salvo extrañas excepciones, ya no es ese revulsivo brillante… Ha pasado a ser mayoritariamente un estereotipo, una caricatura de aquella violenta carga fundante… Los maricas ya no son auténticos maricas ni los animales verdaderos animales… Está todo muy pasteurizado… Pero esperemos que vuelva, como ya lo ha hecho alguna vez, de la mano de alguien. 

sábado, 21 de noviembre de 2015

Fedu

Me pareció ver a mi amigo Fedu mucho más delgado, con ropa para correr, impecable, limpio, la barba prolijamente recortada y el pelo también, algo más canoso, sin el eczema que le suele cruzar la cara, en la calle a unos metros. Estaba solo, sin Nuria, lo que me resultó muy raro porque mi amigo Fedu nunca está solo, sin Nuria, porque Nuria aparte de ser su esposa desde hace muchísimos años es como una suerte de acompañante terapéutica de Fedu que, si no está ella, se suele meter en problemas, como tomar demasiado o incurrir en el uso abusivo de sustancias o comer en exceso o simplemente pelearse con cualquiera que pase al lado suyo por completas estupideces inexplicables. Saltaba en el lugar mientras esperaba que lo habilite el semáforo y movía los brazos extendidos haciendo círculos en el aire. Me causaron gracia sus zapatillas fosforescentes y enseguida pensé que ese Fedu tan extraño no podía ser, de ninguna manera, mi querido amigo Fedu porque mi amigo Fedu estaba muerto.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Perro

Soy un perro viejo en el costado de todo, hasta en el costado de mi propia vida. Tuve un perro que en el final era como yo estoy siendo ahora; no se dejaba llevar a ningún lado, estaba siempre tirado al margen; cerca de la estufa o al sol, en el patio, o en el rincón pegado a la escalera o en un hueco en la cocina o en la terraza. No se dejaba nunca convencer por nadie…, por las caricias de nadie; se dejaba acariciar en donde estaba pero no se dejaba llevar a ningún lado, por nadie; iba sólo donde quería ir, nada más… Aunque conmigo era a veces levemente distinto, creo recordar, a veces se me acercaba lentamente; es que yo comprendía su cansancio; hoy lo comprendo aún mejor. Vinícius de Moraes decía que el mejor amigo del hombre era el whisky, que el whisky era un perro embotellado; hoy no tengo perro, tengo whisky…, y además soy bastante mi propio perro… Un perro viejo como mi viejo perro. 

miércoles, 21 de octubre de 2015

Tono

El tono es un elemento esencial en una composición de cualquier índole y en especial en una que se pretenda, de algún modo, como artística o algo por el estilo, más o menos, así. Y es probable que lo sea en casi cualquier otra cuestión de la vida entera. Seguro. Cuando pienso en el tono, pienso automática y puntualmente en un pequeño amplificador de guitarra que tuve hace unos cuantos miles de años y que termine arruinando por exceso de uso o, quizás, diciéndolo mejor, por uso abusivo, desaprensivo… Su particularidad más ostensible era la absoluta simpleza, tenía tan sólo un control de volumen y uno de tono…, y era ese simple control de tono la llave que abría la enorme complejidad encerrada en sus elementales circuitos. 
Puedo pensar también, a continuación, en un viejo pintor que pintaba exclusivamente unas horribles figuras fantasmales y tremendamente monstruosas… Siempre, cuando veía cada una de esas obras espantosas, pensaba en la necesidad de llevar al viejo a pasear por otras calles diferentes de la vida para que se tomara algunos buenos tragos de algo bien fuerte y bailara un poco ebrio con alguna chica que le aportara a esa visión tan lúgubre que cargaba algo de la luz que también tiene que tener, sí o sí, la existencia… Porque por ahí está la clave, en ese equilibrio que se suele calificar de delicado entre los graves, los agudos y los medios… ¿No? El problema puede llegar a radicar en que no suele haber disponibles controles de tono tan amigables como aquel que tenía el amplificador chiquito que les contaba con anterioridad, que te dejaba hacer casi cualquier cosa.      

Brutal


Oleo sobre tela de Dion Salvador Lloyd.

En este sector de mundo se usa frecuentemente la palabra brutal desde una acepción completamente positiva; algo brutal es entonces, en ese uso muy normal de la gente común y corriente que anda por acá con nosotros por estas calles brutales, algo fantástico, excelente, maravilloso, grandioso, que aflora en el área que sea... Y puede aplicarse, de ese modo, el calificativo, tanto a cosas como a lugares como a obras como a personas: puede ser una actriz brutal en una interpretación tan brutal como ella misma, una canción brutal, una experiencia brutal, una simple mesa brutal de madera de pino pintada de blanco o una casa brutal en el mejor barrio de la ciudad… o una bandeja de frutas brutales…
Es probable que a nadie se le escape que la raíz del vocablo apunta con seguridad en la dirección de terrenos que suelen ser menos amables; la brutalidad es, también, el caldo de cocción de lo perverso, lo criminal, lo abyecto… Pero bueno, quizás, lo que podría definirse como humano, implica, necesariamente, esa compleja y simpática dualidad en la que solemos andar nadando despreocupados… El mar puede ser brutal… La naturaleza entera puede serlo… Un volcán despidiendo lava brutalmente hacia sus laderas. En lo particular, identifico lo brutal con aquello que, precisamente, irrumpe con potencia inusitada, podría decirse que desde el inconsciente —el volcán es un brutal ejemplo—. Es por esta razón, seguramente, que para mí lo brutal es algo, de algún modo, puro…, especialmente valioso, que avanza hasta la superficie de lo cotidiano desde las negadas y emputecidas entrañas oscuras de la mente.
¿No sé bien por qué pienso las entrañas de la mente como oscuras? ¿Son oscuras las entrañas de la mente? Las mías, sí. Son un brutal fondo negro donde de vez en cuando aparece, con suerte, algún brutal fogonazo.      

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Una nota marginal

Unos hombres sentados a la mesa de al lado hablan de verse a sí mismos desde una cierta distancia… Carlos, el hombre que atiende, los mira incrédulo. En realidad, Carlos mira todo siempre incrédulo.


El que escribe, en la mañana de hoy, antes de disponerse, primaria y tangencialmente, a un inicial intento fallido de pretender hacerlo, estuvo fumando un cigarrillo en la calle; con convicción. El que escribe fuma muchísimos cigarrillos, permanentemente, constantemente, enardecidamente; algunos con convicción y algunos no; algunos en la calle y algunos no. Pero fuma, muchos. La mañana era agradable. El sol, que comienza a ser ligeramente cálido en septiembre, por estos lados, tiene en el que escribe un efecto disparador… Similar al del frio, en otros momentos, pero contrario… En sentido contrario. Pero no tan contrario, porque las cuestiones de algún modo se llaman unas a otras y se acercan, se asimilan, se emparentan... La cuestión en cuestión es siempre, un poco, bastante, el deseo. El deseo lo cubre todo. Entonces, las caricias leves de la mañana soleada llevaron al que escribe al recuerdo de una tarde lejana en la que estaba vestido sólo con unos pantalones de jean cortados, desprolijamente, a la altura de la mitad de los muslos, con una tijera a la que le costaba mucho cortar por falta de filo. Nora tocó el timbre y el que escribe, que en ese entonces escribía completamente distinto, bajó rápido a abrirle. Nora, que en realidad no es ninguna Nora, no se llamaba así ni parecido, pero el que escribe no quiere poner el nombre real, ni acercarse, ¿vaya a saberse por qué, a quién podría afectar?, era preciosa, tremendamente preciosa. El que escribe, cuando la piensa, la piensa fundamentalmente con las manos, dibujando. Las manos pretendiendo establecer curvas asimilables a las de ella es la única manera aproximada que se encuentra disponible al tiempo de querer hacer su descripción... Eso y la palabra preciosa.
Después, podría llegar a hablarse del increíble aroma que ella tenía… y del proceso convulsivo que generaba, siempre.
Hace muchos años, el que escribe, la cruzó sumamente desmejorada por la calle. 
¿Habrá alguien que cuando mira el espejo ve siempre lo mismo?
A veces las mañanas son fatales… Y fatal es una palabra que, aparentemente, habla de la irrupción del destino.

viernes, 18 de septiembre de 2015

El teatro y la vida

¿El teatro pretende, de algún modo, ser representación estereotipada de la vida, quizás? ¿Y la vida se vuelve hacia él para copiar estrategias que son esencialmente suyas?

Elisa Carrió, de su cuenta de Twitter. Fotografía subida el jueves, 17 de septiembre de 2015.

En esta obra de micro teatro Elisa plantea, con un parlamento exiguo, “rumbo a Tucumán”, dice, solamente, una carga expresiva enorme; la dualidad de máscaras está en su máscara, la comedia y la tragedia llevadas al paroxismo y a la vez unidas, amalgamadas en un único rostro, su rostro, el de una actriz fenomenal. Fenomenal es una palabra que la define perfectamente. 
¿Fenomenal?
¡Fenomenal!
      

jueves, 27 de agosto de 2015

Un mar cálido que nos abraza

No es razonable que un hombre tan tremendamente viejo, sucio, desagradable, oscuro, oxidado, desdentado, rancio, se sienta tan tremendamente conmovido por unas piernas tan tremendamente jóvenes. No es aceptable, de ninguna manera; no es normal, es anormal, monstruoso, aberrante. ¡Inaceptable! Ese señor es una bestia pestilente. Viejo borracho, perdido, miserable.
La silueta de la nena caminando suavemente con su uniforme de colegio muy exclusivo, por la vereda en la mañana soleada; las dulces piernas largas y la pollera escocesa, en varios tonos de azul, tableada, mínima, oscilante… Cómo es la vida, no se puede creer. Qué piernas más lindas, blancas, solidas, perfectas; completamente cubiertas de una pelusa transparente, casi imperceptible. Y el pelo rubio, largo, brillante, impecable, publicitario. 
El hombre viejo no puede oler, no tiene olfato, lo perdió, pero aspira e imagina: el perfume que es la esencia exacta de la vida misma. La imaginación lo es todo. La imaginación hace posible lo imposible, esa es sin duda una de sus mejores funciones. Cuando se escaparon las posibilidades más deseables, se tiene la imaginación; ahí está: un mar cálido que nos abraza.

miércoles, 29 de julio de 2015

La promesa

El hombre tembloroso le pidió un bolígrafo y un café al tipo que atendía el bar al paso. Sacó del bolsillo posterior de su pantalón azul gastado una hoja de papel blanco, sin renglones, prolijamente doblada en cuatro, y un sobre mínimo, también blanco, doblado en dos. Desplegó la hoja, desplegó el sobre, tomó el café de un sorbo y escribió, lentamente, cuidadosamente, buscando la mejor caligrafía posible.
Sos una persona muy poderosa, muy, sumamente, y por eso te vas a poder esconder atrás de un muro de dieciocho metros de alto y vas a poder poner electricidad en él, para que sea completamente imposible escalarlo, y vas a poder salir a la calle, cuando salgas, con un auto blindado y ropa especial y una corte de guardaespaldas cargados de armas… pero en un instante te vas a distraer y, entonces, voy a estar ahí con una navajita insignificante para que entre por alguna de tus sienes la justicia que me negaste. 
Un par de horas más tarde, la hoja estaba en un cesto de basura debajo del escritorio del destinatario. La promesa, sin embargo, permaneció frente a sus ojos hasta el día de su muerte.

jueves, 9 de julio de 2015

¿Qué es patria?

Probablemente estas vacas de la fotografía, aunque no se lo pueda percibir, lleven en sus ancas una marca hecha con un hierro al rojo vivo.

Vaquitas pastando en la inmensidad.

El que escribe, que seguramente puedo llegar a ser yo pero no estoy en condiciones de afirmarlo realmente, piensa con frecuencia en el paso del tiempo. Digo que no estoy en condiciones de afirmar que escribo yo porque quizás no sea sólo yo y este escribiendo alguien más, que estuvo conmigo y me dejó su parte para que la administre… O, en una de esas, escribe alguna parte mía pero no del todo yo. No sé.
Sin embargo, el que escribe piensa en el pasado…
El que escribe lleva puesta una gorra verde militar con una mínima estrella roja en el frente; la visera es rígida, la gorra es nueva. Usa lentes de sol, inexplicablemente. Escucha casi un disco completo de Morphine y después Monk y después Piazzola.
El que escribe piensa en María.
María es muchas Marías pero para él es fundamentalmente una, de pelo absolutamente blanco, de sonrisa fácil, de voz dulce; su abuela; una María que vino de Galicia para acá cuando era muy nena y que decía siempre que no se acordaba nada de Galicia, que a veces le parecía que su vida había empezado cuando llegó a puerto, que apenas se acordaba del viaje, sólo de una tormenta. María decía que ella no tenía otra patria, que su única patria era esta. Manuel, su marido, el abuelo del que escribe, se enojaba; el recordaba Galicia con los ojos húmedos, mucho más cuando tomaba vino; a veces cuando tomaba bastante vino, en alguna fiesta, se subía a la mesa y bailaba alrededor de la botella y cantaba de Galicia. Pero, en algunas oportunidades, Manuel también decía que esta era su patria, que le hubiese gustado ir un rato a Galicia para volver a ver la aldea desde la montaña, pero que esta era su patria porque acá había que luchar todos los días.
Pedro, el hermano mayor de María, un tío abuelo muy querido del que escribe, recordaba Galicia con precisión pero sin dejo alguno de melancolía. A Pedro no se le notaba nada de ese canto de Galicia que Manuel llevaba intacto y María dejaba vislumbrar. Pedro decía que amaba tanto a esta tierra porque bajo sus estrellas se había hecho hombre, llevando las vacas de donde sobraban a donde hacían falta, sin pedir permiso, claramente, como aprendió de la mano del Viejo Vidal, igual que a tomar el mate, y a comer la carne, en cuclillas, al lado de la cruz, cortando sobre el pan con el facón.
Vidal decía que su patria era el mundo.
A la mamá del que escribe le parecía bien eso.
A las madres, en realidad, no les gusta mucho la idea de patria porque consideran que se puede volver peligrosa. “A Elsa, pobre, la abuela de Miguel, ¿viste, Miguelito?, una idea de patria le mató el marido y cuatro hijas”. “La Polaca le entregó su único hijo”.
El que escribe, sí piensa en patria, piensa en el Viejo Vidal… Y en El Polaco, que vino loco de Malvinas y se terminó colando un cuetazo... Y en su papá, José, el Vasco Indio, que cuando tomaba mucho vino, en alguna fiesta, discutía hasta enrojecerse por ella; él, que parecía siempre manso; y que todos los días la miraba, la pensaba, la rumiaba y la amaba y le dolía… porque la patria es un sueño apasionado que se lleva clavado en las entrañas hasta la inconveniencia.
Uno que pasa y lee, circunstancialmente, dice que es todo muy confuso.
El que escribe, a veces, muchas veces, sobre todo cuando toma bastante vino o whisky o ginebra, no puede evitar derramar alguna lágrima por todos los dolores de esta patria… Y, otras tantas, no puede parar de vociferar sus alegrías.
Un amigo del que escribe, al que este le dio para leer, dice que en nombre de ella se han hecho, se hacen y se harán grandes cosas y enormes cagadas, que todo es bastante relativo. 
Es así, pienso… Y pienso también en el Viejo Vidal, y que la patria no puede estar nunca en la titularidad de las vacas sino en el hambre de la gente.         

martes, 26 de mayo de 2015

Vayamos

Hoy es un día de esos como para dejarse ir… Un día para volar, para zarpar sin rumbo… Uno como para no creer en nada y, a la vez, creer en que todo es posible.
Irse sin destino...
Vayámonos a uno de esos rincones oscuros, perdidos, lentos… Vayamos a la selva, o a una cueva, o busquemos la cumbre de alguna montaña... O simplemente vayamos a un bar cualquiera, en otra ciudad; tomemos una bebida que acá no exista. Vayamos fumando algo mientras vamos. Vayamos en silencio. 
Mirando los costados, pero desentendidos. A paso de que no importa, tranquilos, desconectados del tiempo, en el tiempo hay muchas mentiras.
Vayamos como lo que somos y lo que hemos sido… Y vayamos, también, con lo que queremos.
Vayamos medios muertos y vivos… Con los zapatos sucios, con lo que estamos. 
Después, en cualquier caso, podemos llegar a volver... por el mismo camino, pero un poco habremos cambiado, seguro. Vamos.

jueves, 21 de mayo de 2015

Mañana

Un hombre camina lentamente con un perro pegado a la pierna derecha, otro lo mira como pensando en que sería lindo tener un perro como ese, un perro que caminara así, al lado suyo. Una pareja le pone los zapatos a su hijo que salió del arenero a disgusto; el papá le pone uno, la mamá lo ata; el papá le pone el siguiente, ella le seca la frente al chico con algo que sacó de un gran bolso amarillo y luego le ata el otro zapato; el chico hace un gesto, una morisqueta, para que ellos sonrían y ellos no lo hacen, permanecen serios, parecen enojados. Se van titubeantes, sin decirse ni una palabra; al nene lo arrastran.
Una mujer de alrededor de sesenta años con pelo muy negro y piel muy blanca le dice a un hombre que camina con ella que por qué no se detienen un rato. Se sientan en un banco a unos metros, debajo de un eucalipto. El hombre está muy excedido de peso y lleva puestos unos bermudas que dejan descubiertas unas patas tremendas como de elefante.
El hombre mira hacia el cielo y va indicando los supuestos nombres de supuestas aves que pasan volando, ella le va respondiendo de otras cosas.
Yo me senté a mirar, a ver pasar… Hace días que tengo ganas de irme.
Hace calor, es una hermosa mañana, pero yo parezco ver sólo el lado oscuro de todo.
El gordo farsante le sigue vendiendo verdura poética a la mujer, que por momentos parece comprar y por momentos se distrae con otras cuestiones. 
Pienso en que sería lindo tener ganas de quedarme.          

jueves, 7 de mayo de 2015

Las vísceras de Argentina se llaman Eva


En nuestro lenguaje el tiempo puede ser el clima y, también, puede ser el material indescifrable del que están hechas nuestras horas. El tiempo puede ser distancia… quizás, esa distancia que nos deja ver con mayor amplitud.


Al desierto verde, con títulos de propiedad en pocas manos, un día llegó una irrupción desaforada. Un bramido furioso que se levantaba desde las entrañas. El grito enardecido tenía millones de caras, pero tenía una particularmente hermosa.  

Las vísceras revueltas por la injusticia tuvieron desde ese instante un nombre… una sonrisa de madre, de hermana, de compañera.

“Viva el cáncer”, dijeron algunos. Otros dijeron, sencillamente, “Evita vive”.  


miércoles, 11 de febrero de 2015

El mecanismo

Gisela camina fumando por la vereda de enfrente del local la parte final de un cigarrillo, aletargada. Su cabeza oscila. Se aparta el pelo de los ojos entrecerrados descargando con precisión una columna de aire con humo. Omar se acerca y la abraza. Ella se entrega al abrazo y pone su cara completa sobre el hombro de Omar, que la mantiene fuertemente apretada; cierra sus brazos en un círculo segundo a segundo más estrecho alrededor de la delgadez extrema de Gisela, delgadez profundizada por estos días; fueron días difíciles, sin duda, se puede notar, está desmejorada; sentía que su padre era lo último que le quedaba en este mundo; perderlo en el transcurso de unas pocas semanas indigeribles la había desbastado. Llora, tímidamente, tenuemente, no puede de otro modo, en apariencia; no aprendió, quizás, o está cansada de llorar; seguramente está cansada.
Omar se enteró cuando llegó, apenas se sentó a su escritorio, revisando los correos del tiempo que estuvo de licencia, fue lo primero que hizo; había esperado toda la mañana cruzársela.
Está excitado. Se avergüenza pero no consigue evitarlo. Se aparta unos centímetros para que ella no lo note pero ella parece no dejarlo. Le acaricia con suave lentitud la mejilla con la mano derecha mientras el brazo izquierdo la sigue estrechando, la mira a los ojos; le dice que no sabe qué decirle, que no encuentra las palabras adecuadas, que probablemente no las haya. Ella sonríe. Ella piensa que le hace muy bien quedarse entre sus brazos. Él piensa que no quiere dejar de abrazarla.
Ella sabe que se siente hondamente huérfana y que busca con desesperación los brazos imposibles de su papá. Él sabe que ya nada va a ser igual, que es así, que se disparó el mecanismo; la vida funciona de ese modo.
—Te buscaste el peor remedio —le dice Victoria a Gisela, al instante de entrar.
Gisela no contesta nada, la mira. La encuentra lejana. Victoria se ha ido quedando seca, de desesperanza, en una de esas de hastió, de dar vueltas y vueltas alrededor de los mismos ideales de perfección inalcanzable que se apoderaron de ella cuando era una nena y no la dejaron, nunca. Seca de no querer equivocarse, de no pisar por fuera, de que nada se vaya a escapar, de no perder las formas… Yo no tengo ningún miedo de equivocarme, me voy a equivocar todo lo que sea necesario, piensa Gisela, sonriendo, placida, viendo la cara amplia de su papá repitiendo que vivir es equivocarse, que la vida funciona de ese modo... Ensayo y error… Muchos errores y de vez en cuando, de pronto, la suerte de algún acierto. ¿Quién sabe?   

jueves, 5 de febrero de 2015

Escenas rotas

Estábamos en Brasil con Pablo, en Bahía, cerca de Ilheus, una playa perdida que encontramos de pura casualidad, un paraíso. Le alquilamos por unos días una cabaña a un viejo gordo, carpintero, le arreglaba los botes a los pescadores, un tipo increíble, nos trataba como si fuéramos sus nietos. No había nada: mar, diez ranchos, botes; no había tendido de luz eléctrica, ni un generador, nada. Pero era precioso. 
Ella apareció una mañana, en el mar, nadando; era la hija de uno de los pescadores, el que parecía ser el más viejo. Vivian los dos solos en un rancho un poco apartado del resto. Era divina, indeciblemente… No se podía comprender lo hermosa que era. El viejo de mierda la trataba como si fuera su esposa. A la tarde ella me explicó en la playa. Lloraba. Le pedí a Pablo que nos fuéramos, esa misma noche. Salimos caminando sin despedirnos de nadie.    

viernes, 9 de enero de 2015

Dolores

Lola escribía cosas rarísimas, parsimoniosamente, con su letra redondeada y prolija, en esos cuadernos chicos de espirales metálicos y hojas cuadriculadas, con fotografías de animales salvajes en las tapas —le gustaban fundamentalmente las de felinos: tigres, leones, panteras, guepardos, jaguares, etcétera— que compraba en la librería escolar de la salamandra negra, sobre la Avenida Garay antes de cortarse con Chiclana. “¿Qué hacés, te los comés los cuadernos, Lolita?”, le decía el viejo lobo tordillo, Francisco, que atendía con su esmero quieto la librería desde hacía infinidad de tiempo y que la conocía a Lola desde que era una nena ínfima de trenzas y pecas, de seis o siete años, e iba con un portafolios más grande que ella a la escuela de la vuelta, y Lola se sonreía sin responderle porque de algún modo pensaba que de verdad se los comía, que no podía dejar de comerlos, que eran su adicción incurable; como antes, en algún momento, fueron las esculturas que realizaba con envases plásticos, polietileno, alambres herrumbrados y espuma de poliuretano. Escribía en esos cuadernos todo el tiempo, sin poder parar y, a veces, hacía extraños dibujos de figuras humanas extremadamente delgadas, hombres o mujeres o neutrales, con algunos rasgos bestiales, indescifrables, sobre los márgenes; figuras como las de las esculturas, que fue dejando de hacer, de un día para el otro, porque ya no la entusiasmaban, porque se fue cansando de la tarea de calentar el plástico y darle forma, y pegar las diferentes piezas, y retorcer los alambres, y esgrimir la espuma, y luego pintar, incansablemente, detalle a detalle; esculturas que todavía cubrían el patio de la casa en la que Lola vivía con su mamá, Mariana.
Lola no conocía México, pero siempre, últimamente, escribía acerca de México; historias basadas en algo que había oído o que imaginaba haber oído por algún lado, en televisión, seguramente, en documentales, quizás, vaya a saberse, le encantaban los documentales; Lola imaginaba con constancia y un poco se le mezclaban las palabras en círculos que ella pergeñaba con las escuchadas, “después, en definitiva, no importa demasiado qué es verdad y qué no, no importa en lo absoluto”, pensaba. “La gente elige creer cantidad de cuestiones por completo increíbles”, se decía, permanentemente, como para habilitarse en la continuidad de su delirio, lento, amable, dulce, narcótico...
Mariana, la mamá de Lola, se preocupaba; juzgaba a Lola como extraña. Además, una mancha oscura se extendía por la frente de su hija sin explicaciones médicas convincentes. Mariana era creyente, evangelista, y quería que Lola la acompañara a la iglesia para que la viera el pastor; Mariana creía fervientemente en el Pastor, un elegido, un hombre de dios, creía en su capacidad de ver más allá; Lola no aceptaba hacerlo, decía que el pastor era un gordo lascivo. Mariana se irritaba frente a esas consideraciones de su hija.   
Las divagaciones de Lola se desprendían de cualquier tipo de lógica, eran sucesiones, progresiones cada vez más incomprensibles; cuanto más incomprensibles, más se entusiasmaba Lola. En oportunidades las leía en voz alta para un auditorio imaginario, o para su gato.
Lola era muy hermosa. Preciosa.
Para la cena, Mariana sirvió dos platos de un brebaje pastoso…
—¿Qué es esto?
—Una sopa.
—¿De qué?
—De verduras.
—¿Verduras?
—Verduras.
—¿Qué habrá sido de la vida de papá?
—Estará muerto, seguro, de cirrosis; borracho de mierda… 
En oportunidades, Lola recordaba a su papá como una gran sombra errante, gigante, las manos enormes, largo, un poco encorvado, lindo, picado de viruela, dulce, extraño… Raro como ella. ¿Por qué no había vuelto a buscarla, a verla? Su mamá lo había echado, le tiró las cosas a la calle… Pero él tendría que haber vuelto…
—¿En qué pensás Lola? Sos rara Lola, sos rara.
A Lola le gustaba tomar ginebra escondida, como a su papá. 
—Me caigo. Me muerdo. Me siento. Me levanto. Estoy viva. Estoy ciega. Estoy enferma de sombras —le leía Lola a su gato.