jueves, 30 de mayo de 2013

Entrevistas circulares e intermitentes con personajes de la nada misma a la que me encuentro últimamente adscripto. (1)

Las preguntas surgieron a partir de verlo trabajar ininterrumpidamente por un par de horas. Yo hacía tiempo hasta una reunión, leyendo el diario y tomando vermut. Él era un tipo de unos setenta años largos, escribiendo con lápiz y a veces borrando, casi sin detenerse, en un cuadernito de esos de tapa blanda, chiquitítos, escolares. El dueño del pequeño bar, que también suele oficiar de mozo, me había anticipado -al notar mi interés- que se trataba de un señor dedicado a la poesía, lo dijo así, en esos términos. 
-¿Le puedo preguntar algo?
-Si, por supuesto, pregunte lo que quiera.
-¿Qué está escribiendo?
-Todavía no sé bien.
-¿Poesía?
-No, son notas para lo que seguramente después, si puedo, será una novela. Por lo menos eso espero.
-¿Cuál podría ser el tema?
-A la imposibilidad de definir claramente eso me refería cuando le decía que todavía no sabía bien de qué estaba escribiendo. Es difícil, a veces uno empieza pretendiendo contar algo y termina en otra cosa completamente distinta. A mí me pasa mucho eso, probablemente por mi manera de escribir... y de pensar, también, seguro. Por esa razón en esta oportunidad me he decidido por arrancar haciendo como una suerte de esqueleto de lo que, de andar todo bien, será la obra.   
-¿Ha publicado ya algo?
-No. Peor que eso... bastante peor. Un cuaderno un poco más grande que éste es lo único que conservo de todo lo que he escrito en todos estos años. El resto lo fui quemando en sucesivas fogatas purificadoras... o autodestructivas, no sé.  
-Es una obra concluida.
-Es un conjunto de poesías.
-Me encantaría leerlas.
-Usted viene siempre acá. Se lo voy a traer.
Han pasado varios meses y el señor no ha vuelto a aparecer por el bar Transilvania.       

miércoles, 29 de mayo de 2013

3. El espejo.

Fue abriendo despacio los ojos con la certeza de que era la inevitable hora de levantarse, sin posibilidad alguna de más demoras ni dilaciones. Había logrado dormir profunda y reparadoramente, quizás gracias al whisky, pero el contacto con aquella mañana lo volvió a despertar a esa continuidad de inquietud y tristeza que traía instalada en su rutina hace meses. Inquietud y tristeza que estaba seguro devenían de manera directa de unas bruscas ráfagas de pensamientos oscuros que no lograba controlar ni eludir. Salvajes visiones sobre sí mismo y su forma de vida -tan alejada de lo que entendía como verdadera vida-.
Tener que trabajar un sábado en una oficina vacía; no iba a haber nadie, iba a estar completamente solo. Siempre había preferido trabajar solo; ahora le resultaba cada vez más insoportable. La llegada de Nidia cambió todo, hasta su relación con los otros compañeros había mejorado. Ella se fue convirtiendo en una de las pocas razones que encontraba para sonreír de tanto en tanto. Ella y su hijo.
Chocó de pronto contra su cara desfigurada en el espejo del baño. 
Desde hacía un tiempo pensaba constantemente en escaparse, volar, desaparecer de esa repetición circularmente abrumadora de números, planillas, responsabilidades, y por sobre todo y fundamentalmente, de su matrimonio. La muy vieja y recontra remanida fantasía de ir a comprar cigarrillos y no volver nunca más en la reputísima vida. 
Se dispuso a ducharse rápido, a afeitarse, a lavarse los dientes, a no pensar, a evitar mirarse.       
Un lunar sobre el pómulo derecho que se había estado agrandando bastante y se había puesto duro y áspero lo preocupaba. La sensación horrible a la vez que sorprendentemente tranquilizadora de que la cuestión se podría estar por terminar de un momento a otro.
Sonrío con dolor mirando fijo el reflejo de sus ojos sollozantes.

sábado, 25 de mayo de 2013

2. En sueños.

Se encontraba en la orilla de un arroyo ínfimo que bajaba de una montaña inconmensurable haciendo zigzag. Los pies no conseguían afirmarse en un piso con apariencia visual de césped pero conformado por una irrealidad de minúsculas piedras circulares verdes. Se sentó a buscar el agua con los pies. El clima era de una suave calidez y el agua tenía la consistencia exacta del aire. 
Su amigo le hablaba monótonamente de una felicidad de días sin apremios ni malestares, de una continuidad de horas en el río, navegando, tomando sol, nadando... Dos grandes porciones de asado se cocinaban en una parrilla de campamento a brazas lentas, y un vino sedoso y muy ligeramente abocado se bebía de una botella inagotable.
Una sensación de apacibilidad total lo iba tomando de las manos para después abrazarlo integro en un cosquilleo de placer absoluto, desconocido por él hasta entonces.
Su amigo le contaba de una morena preciosa de ojos brillantes que era capaz de extraer todo el contenido de cualquier hombre.
Mientras su amigo trazaba el retrato de su morocha él pensaba en Nidia,  soñaba con Nidia.
Nidia era muy ¡muy! hermosa, no sólo por los infinitos detalles de su hermosura física sino también por una graciosa locura y una rara inteligencia que brotaba de ella interminablemente. Era pelirroja, era dulce, era sutil, era lúcida, era pecosa, era intensa, era inquietante.
Nidia se había ido apoderando de sus sueños de a poco, de una manera extraña, subrepticia. Esa noche tenía puesto un camisón negro, corto, de seda o algo así. Estaba increíble, se podía ver bastante de sus fantásticas tetas y de sus larguísimas piernas pecosas. Llevaba las manos vendadas como en esas fotos en las que practicaba boxeo. 
Jugaron por un rato una suerte de pelea riendo, y terminaron bailando muy apretados. La voz alegre y profunda, la piel completamente cubierta de un invisible manto de terciopelo. Él tenía una erección que no creía propia, una de tiempos ya olvidados.              

jueves, 23 de mayo de 2013

1. Antes de intentar dormir y durante.

No habían sido días fáciles, ni difíciles. Fueron otros días de esa abreviada normalidad un poco odiada que a medida que proseguía marchando lo iba repugnando más y más, minuto a minuto. Nada grave, ni impactante, ni reconfortante tampoco, por cierto, claro. Más de lo mismo inalterable que ha estado circulando por ahí últimamente sin obtención de remedio ni de sentido alguno. Sin novedades de ningún calibre en ninguno de los frentes abiertos o entrecerrados, ni siquiera malas. ¡No! Sólo ese ligero barniz de tristeza implicado en sentir que se vive de un modo no del todo adecuado, o decididamente inadecuado, o vaya uno a saber cómo. Pesado, aletargado, frío, abúlico, apretado, encerrado, desolado, desierto... ¿desesperanzado? Exacto, desesperanzado, cómo si no hubiera ya nada que poder esperar, recluido en la celda ínfima de una prisión finalísima, terminal, chau. Había estado hablando bastante de eso con un viejo amigo al que el azar lo volvió a reunir. Lo encontró en el bar enfrente de la oficina; ese bar de mierda al que se cruzaba de vez en cuando a comer, a tomar un café o algo y a entrever los diarios. Se reconocieron de inmediato. Siendo chicos vivieron en el mismo edificio de departamentos, hasta bien entrada la adolescencia. No se habían vuelto a ver desde ese entonces, tenían más o menos la misma edad.
El reencuentro le generó algún malestar adicional, se lo estaba confesando en ese preciso momento, su amigo parecía mucho más joven que él, pero ¡mucho más joven! Y tenían más o menos la misma edad; meses más, meses menos.
Su mujer y su hijo dormían. Su mujer a su lado, a decir verdad, en un rincón alejado de la cama enorme; su hijo en una habitación a unos metros de distancia. Se levantó a apagar el televisor en el cuarto del nene. Estaba debidamente abrigado, le acaricio la frente. El pez en la pecera seguía inmóvil. 
No tenía sueño, o más bien, sabía que le iba a resultar imposible dormirse envuelto en esa bruma de sentimientos que lo invadía. Fue al comedor a servirse un whisky, dos medidas largas; mientras lo empezaba a degustar lentamente, encendió un cigarrillo, y dio vueltas por la biblioteca en busca de un libro que había comprado un par de semanas antes. Se lo recomendó una compañera de trabajo. "Una estructurada concatenación de pequeños cuentos que en principio parecieran aislados y terminan conformando un camino novelado".
Se sentó en un sillón a intentar leer y por un momento hasta imaginó que podía hacerlo. Una desfigurada sopa de signos bailaba endemoniadamente. Palabras muy cruzadas. La luz no era suficiente. No podía concentrarse. Recorría las páginas... Una danza de vida extraña. 
"Hasta hace alrededor de diez años mantenía con tenacidad una dieta conformada fundamentalmente por una botella, botella y media de vodka y tres o cuatro gramos de cocaína, todos y cada uno de mis días, sin excepción". Eso decía en primera persona en el prólogo el escritor. 
Fue a la cama. Una cadena de noticias y un volumen de sonido prácticamente inaudible. Se cubrió hasta casi los ojos con la sabana y una gruesa manta rellena de plumas de color anaranjado.       

martes, 21 de mayo de 2013

¿Quién vive?

Se tendría que haber reído; eso es lo que tendría que haber hecho, sin ninguna duda, porque la situación fue muy pero muy graciosa, evidentemente graciosísima, hilarante en extremo. Pero no pudo, ¿no lo logró o ni lo intentó o no sé? Se quedó paralizado mirando hacia delante sin ver, como perdido en sí mismo. Sin un atisbo de sonrisa ni de ningún otro gesto; helado o petrificado o simplemente inmóvil, concentrado o desconcentrado o vaya uno a saber cómo. A los que habían venido con él los ganó un completo desconcierto; era un tipo de reírse siempre, hasta en las peores circunstancias, en las más difíciles o adversas. Y de reírse con mucha fuerza, con espontanea estridencia contagiosa, haciendo uso de todos y cada uno de los resonadores corpóreos y extracorpóreos. ¿Qué le estaba pasando? Nada y muchísimo. A veces uno no tiene ganas de reírse. ¿Qué tiene de malo? ¿Por qué hay que dar tantas explicaciones? ¿Qué les pasa? El humor es esencialmente así, por definición. Pero se tendría que haber reído, le hubiese resultado conveniente. El no hacerlo lo puso en una posición incomoda frente a los presentes; incluso, claro está, ante los propios. Aunque a decir verdad, para él esos propios no lo eran tanto. Ellos se creían allegados, pero él los sentía lejanos, meros conocidos sin demasiado más. El juego de la vida... y dar vueltas por ahí acompañado... ¿Acompañado? Habían venido con él porque estaban cerca en el momento de haber sido invitado. Eso sólo. Un publico para su afición por el espectáculo constante. 
Por esos días se encontraba algo más delgado, desmejorado. Siempre se dijo que comía poco y bebía demasiado. En relación con eso recuerdo una cena en un restaurante chiquito por Palermo, eramos cuatro o cinco, por lo menos uno tomó nada más que agua. Un par de bifes de chorizo, papas fritas, morrones asados y quince botellas de vino, quince. 
Sencillamente, no tuvo deseos de reírse. Ni más, ni menos. No era hombre al que le importara lo que pensaran de él los demás. Por lo menos esos demás. No le importaban casi una mierda. Siguió en la suya: serio, circunspecto. Después de un rato de silencio se dio una palmada violenta en el pecho y exclamó en una explosión un furibundo ¡¿quién vive?! Todos se quedaron mirándolo. Y de pronto se puso a reír como era su costumbre hacerlo. Desaforado, desprejuiciado, loco... Decía ¡¿quién vive?! y se reía... lunáticamente, salvajemente...
No sé, me parece que le hubiese convenido reírse antes. Igual no importa, creo que todavía se sigue riendo.

sábado, 18 de mayo de 2013

La cara más visible.

Cuanto más fácil y tranquilizador sería poder pensar que las noches horribles que tuvimos que vivir las hubiesen logrado provocar sólo unas cuantas pocas personas, unos cuantos criminales ferozmente cobardes que tomaron las armas del pueblo en contra de ese pueblo mismo. Miserables apoyados desde las sombras por miserables peores que desde sus despachos de grandes empresarios y o dirigentes políticos nos infringieron esas noches cruentas de desesperación y tortura. Sólo unos cuantos miles, con unas pocas espantosas caras visibles, y no cientos de miles o más bien millones como en realidad fueron.
Los humanos somos los animales con mayor propensión al desarrollo del pensamiento simbólico, he ahí nuestra principal particularidad entre los simios mayores; creo que en parte seguramente por eso nos decidimos a otorgarles a algunos de los gorilas que nos acompañan caminando por acá la característica de espejos encarnados de nuestros peores ángulos. La cara más visible se transforma entonces, mediante nuestra construcción, en la totalidad absoluta del mal que representa. ¡Y cómo les gusta a algunos simios nuestros hacerse cargo de esa tarea encomendada, les encanta! Y se caracterizan de tales monstruos totales, categóricos, tajantes, definitivos... Con bigotes, gestos y uniformes marciales. 
Ayer murió uno de esos. Lamentablemente no murió con él casi nada de toda la mierda que le tocó personificar. 

lunes, 6 de mayo de 2013

Sus propias palabras.

Allá, por el lejano final de la infancia, la vida se le había presentado como un estremecedor abismo de posibilidades. Todo podía ser, cualquier cosa podía pasar, nada parecía suficientemente alejado. Un hombre era también, además de sus circunstancias particulares, el conjunto de la humanidad, la totalidad, la integridad. ¡Terrible! ¡Complicado! Una fabulosa batidora de imágenes alteradas, y un discurso ingobernable que caminaba solo, más allá de cualquier voluntad, incluso de la de él, claro está. La garganta exótica emitiendo una voz que, a veces, sentía desconocida, impropia. 
Frente a los abismos, algunas personas, no pueden evitar el deseo -la tentación- de saltar. Y creo que él saltó. La verdad es que no sé bien. Me parece que ni él sabía. 
Lo que sí supo fue generar a partir del caos una particularísima expresión.
Era callado, decía apenas lo imprescindible, muy raras veces un poco más. Pero siempre con sus propias palabras.     

sábado, 4 de mayo de 2013

Restos de demonio.


En nuestra endiablada incultura dios es una construcción multifacética muy pero muy extravagante, dibujada a través de infinidad de símbolos superpuestos; y el demonio ni te puedo empezar a contar, terrible y recargada colección de imágenes fantasmales sinuosas. Algunas veces, en algún documental de alguna emisora estatal de alguno de los países que alguna vez formaron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, se pueden entrever raras lombrices sumergidas en el temor a dios y al demonio que, como casi todo el mundo sabe, son ambos un mismo fluido dividido en esas dos caras antagónicas por un concilio realizado unos ciento quince mil años antes del advenimiento del cristianismo con el único objetivo de darle una lógica mínima al delirio por ellos representado desde su creación. Así entonces, marcha la historia cortada prolijamente en: perfectos y repugnantes. 
Aparentemente, según habrían consignado autores aislados por el academicismo preponderante por estos días tan intoxicados, una tribu de la región amazónica septentrional ecuatoriana reivindicaría el consumo, en pequeñas dosis, de una poción que tendría todo el aspecto del fluido citado; aunque su efecto en los occidentales cristianos promedio que lo habrían degustado pareciera ser muy contrario a lo que se podría conjeturar de antemano; después de culminada la experiencia alucinatoria, en los sujetos que se supone se atrevieron a la misma, quedarían sólo restos de demonio, por lo que cuentan, de dios no queda nada. ¡Que cagada! Va, no sé.