miércoles, 21 de octubre de 2015

Brutal


Oleo sobre tela de Dion Salvador Lloyd.

En este sector de mundo se usa frecuentemente la palabra brutal desde una acepción completamente positiva; algo brutal es entonces, en ese uso muy normal de la gente común y corriente que anda por acá con nosotros por estas calles brutales, algo fantástico, excelente, maravilloso, grandioso, que aflora en el área que sea... Y puede aplicarse, de ese modo, el calificativo, tanto a cosas como a lugares como a obras como a personas: puede ser una actriz brutal en una interpretación tan brutal como ella misma, una canción brutal, una experiencia brutal, una simple mesa brutal de madera de pino pintada de blanco o una casa brutal en el mejor barrio de la ciudad… o una bandeja de frutas brutales…
Es probable que a nadie se le escape que la raíz del vocablo apunta con seguridad en la dirección de terrenos que suelen ser menos amables; la brutalidad es, también, el caldo de cocción de lo perverso, lo criminal, lo abyecto… Pero bueno, quizás, lo que podría definirse como humano, implica, necesariamente, esa compleja y simpática dualidad en la que solemos andar nadando despreocupados… El mar puede ser brutal… La naturaleza entera puede serlo… Un volcán despidiendo lava brutalmente hacia sus laderas. En lo particular, identifico lo brutal con aquello que, precisamente, irrumpe con potencia inusitada, podría decirse que desde el inconsciente —el volcán es un brutal ejemplo—. Es por esta razón, seguramente, que para mí lo brutal es algo, de algún modo, puro…, especialmente valioso, que avanza hasta la superficie de lo cotidiano desde las negadas y emputecidas entrañas oscuras de la mente.
¿No sé bien por qué pienso las entrañas de la mente como oscuras? ¿Son oscuras las entrañas de la mente? Las mías, sí. Son un brutal fondo negro donde de vez en cuando aparece, con suerte, algún brutal fogonazo.      

No hay comentarios:

Publicar un comentario