martes, 30 de septiembre de 2014

Sinopsis de un día cualquiera de un trabajador promedio

Suena el despertador estridentemente y el tipo se levanta de manera automática. Se prepara un desayuno pobre y espantoso pero sueña con que disfruta de uno magnifico. Se acerca su mujer dormida a saludarlo con desgano y él la imagina amorosa. Viaja en un colectivo atestado ensoñándose con que va en una limusina. Llega apenas unos segundos tarde al trabajo y su jefe se lo recrimina duramente; se detiene a regodearse con la idea de golpearlo hasta que su jefe lo sacude tomándolo del brazo.
—¿Qué te pasa? ¡Imbécil! —dice su jefe, violentamente, mirándolo a los ojos.
Luego, él se sienta e imagina que mata a su jefe, ¿o lo mata realmente? 
Se acerca la recepcionista completamente desnuda a darle un vaso de agua; le acaricia la cara y le pide que se tranquilice.    

lunes, 22 de septiembre de 2014

A veces

Ella baja del sexto piso por las escaleras porque en algunas oportunidades se le ocurre que le resulta conveniente hacerlo, como ejercicio, y el paseo por las escaleras es realmente agradable, la luz de la tarde las ilumina suave, y el mármol blanco con leves vetas grisáceas, y la suntuosidad de las barandas y las arañas lúgubres, apagadas, y el aire eternamente fresco que habita ese espacio que ella suele ver como un pasadizo a otro mundo. En la calle, el clima da un corte de categórica rudeza, el ruido es tan sofocante como el calor y la luz arrecia, violenta. Deja caer sobre sus ojos los lentes para protegerse del sol y de las miradas hirientes, porque ella a veces siente que algunas miradas la hieren, en ocasiones sin quererlo y otras con la marcada intención de hacerlo, hay gente que busca herir con su mirada, que mira para lastimar, y en ella lo consiguen, casi siempre, aunque últimamente un poco menos, quizás, con menos intensidad.  
Tiene que caminar entre ese tránsito apenas unos diez metros para llegar al kiosco y poder comprar un alfajor, una leche chocolatada, un paquete de cigarrillos y una petaca del licor de café que le gusta. La chica del kiosco le dice que está linda con ese vestido y ella le cuenta que lo hizo ella, y lo pintó, y se sonríe. Un hombre de alrededor de cuarenta años con un traje caro, gris claro, brillante, llega, de pronto, y la mira con desprecio. 
Ella se va pensando que sabe perfectamente que está bastante loca pero que nada justifica esa mirada. Vuelve sobre sus pasos. Herida.  

martes, 2 de septiembre de 2014

Un tiro

En el barrio del demonio, frente a la plaza de los chanchos, Sara y Hinde viven las dos solas en una casona preciosa pero mal mantenida que fue construida por el padre de ambas cuando ellas eran un proyecto, hace algo así como ochenta o noventa años. Están tristes, terriblemente tristes. Hablan con Roberto, otro vecino. 
Dicen que eran más o menos las cuatro de la madrugada cuando un tipo delgado bajó como una sombra de un auto negro o gris oscuro o azul muy oscuro que probablemente fuera un VW Bora y se acercó sigilosamente a Pablo que estaba sentado en la verja de su casa pitando, dicen que despreocupadamente, un cigarrillo porque no podía dormir desde hacía varias noches y se había tomado la costumbre de quedarse ahí afuera sentado, fumando, haciendo círculos de humo, tomando mate con cascaras de limón y mirando el cielo despejado de aquel principio de primavera.
Pablo había cumplido recién treinta años, era una persona bastante especial, para todo el mundo; la gente del barrio le tenía mucho afecto, no recuerdo quién no. Era un poco loco, alborotado, pero bien, lindo, tranquilo; no molestaba nunca a nadie, al contrario.
Dicen que aquella mañana, anterior al suceso, Pablo salió temprano como todas las mañanas y jugó con el perro de Sara y Hinde y tomó el colectivo en la esquina de siempre y llegó al taller para abrirlo y entrarle a unos amargos para arrancar la jornada y que estaba risueño porque permanentemente lo estaba y su equipo había ganado y bromeaba con eso. Estuvo trabajando en una caja de dirección el día entero.
Cuando terminó en el taller se quedó jugando a las cartas en el bar de Abraham, tomando unos aperitivos, se fue temprano, caminando. En su casa, lo esperaba Estela que dicen que lo recibió con un beso, en la verja, y él le dio una palmada en la cola y los dos se reían como cada tarde. 
—Matáme, me haces un favor —dicen que Pablo dijo. Y se escuchó el sonido de un disparo, un único tiro, uno sólo.