jueves, 4 de octubre de 2012

Va a estar todo bien.

Una vez, hace unos años, imprevistamente, como se suele dar en estos casos, un virus se alojó en una de mis debilidades... sería más correcto decir: en uno de mis flancos débiles. Hablo de mí hígado... Creo qué, entre otras imbecilidades, me dijeron que tenía hígado de pato... ¡Hijos de puta, hígado de pato!... 
Desde joven practico con ahínco numerosas actividades que hacen centro en él, no vale en modo alguno la pena dar mayores precisiones al respecto. 
Bueno, el punto es que para ese entonces estaba completamente convertido a  la búsqueda del vivir en sanidad fisica: nada de alcohol, ni drogas; hacia ejercicio, trataba de comer sin cometer excesos; solamente fumaba mis insoslayables cigarrillos. ¡Pero! Me cayó el virus... 
- Era peligroso, había que actuar rápido... "Usted tiene un hígado de por sí ya muy deteriorado"... Un muñequito joven, pretendidamente adusto, enfundado en halos de seriedad impostada y en un prolijísimo guardapolvo blanco... ¿Por qué no te vas a la concha de tu madre? Pensé, y le pregunte: ¿Usted oyó hablar del poder curativo de la palabra? No me entendió.
No estaba solo, tenía: mujer, hijos, familia, amigos... pero estas circunstancias te imponen una forma infranqueable de soledad, te encontrás contra tu cara reflejada en un espejo incierto... Soy de los boludos que cuando la vida no camina del todo bien, se acercan invariablemente a la fantasía de meterse un balazo, o algo parecido... saltar al vacío. ¿Qué vacío?
Una enfermera petisita, muy dulce, me acaricio la frente y me dijo: - "Va a estar todo bien". Me aferré a esa expresión de deseo como, seguramente, se deben aferrar los náufragos a algún resto flotante de sus propios naufragios.      
- "Va a estar todo bien". Me repetía, engarzando aquella joya en mi delirio... 
Se fueron disipando los peores pronósticos. Habiendo cobrado fuerza me puse a pelear con otro facultativo de la misma o similar traza, al que terminé tratando de explicarle: que el mundo dista mucho del amoroso cuidado de su madre... No me entendió. Está bien, quédese tranquilo, yo tampoco me entiendo. La vida es desprolija, y usted está demasiado limpito para andar por este chiquero, siga, siga... 
- "Va a estar todo bien". 
      

martes, 2 de octubre de 2012

Sigo soñando con otra cosa.

Nos hicimos de una pequeña porción del tugurio descalabrado que afirmaba en dos o tres vidrios, en las cartas y en una placa metálica llamarse: Bar "El Prado". Eramos exactamente dieciocho, con la siguiente composición: trece damas y cinco masculinos, entre los cuales contábamos con dos que podrían considerarse como varones con cierto grado de incomodidad en su posición relativa de tales; todos mayores de edad y en uso normal de las facultades mentales, exceptuándome de esta ultima consideración.
Docentes preocupados y ocupados por el creciente deterioro en el que cae, al parecer irremediablemente, la educación pública. 
Siete mesas reunidas en un rincón bajo el televisor anclado en un canal de noticias espurias, al que le fue bajado el audio por expresa solicitud de uno de los nuestros. Todos pidieron inevitable café; un par: cortados en jarrito, y dos de las chicas más jóvenes se sumaron a los varones incómodos en la cofradía de las lagrimas... yo me incliné tímidamente  tal mi costumbre, por una proletaria ginebra de marca centenaria. Numerosos asistentes a la reunión me cruzaron sendas miradas discriminatorias que no convalidé ni con un dejo de atención expresa. Se nombraban con absoluta precisión, salvo yo, que eternamente opto por apelativos cariñosos que me escudan de tener que recordar el nombre de las personas. 
La jefa espiritual de ese movimiento de escasa movilidad era Sonia, la razón inicial de mi presencia en el emotivo acto en cuestión; si esa gordita preciosa me instiga a roncar: voy, sin dudar un instante, roncando hasta la corte suprema de justicia de está nación a veces tan injustificada. 
Una convicción profunda los reunía. Las tres pibas más chiquitas eran tremendos caramelitos, como para emprender con ellas cualquier revolución... la que fuera necesario emprender... con el objetivo final y grandioso de tenerlas en bolas entre los garfios.
Se fueron delineando los rasgos fundamentales de una carta de intenciones, asentí con oscura seriedad muda. - "Acá no se puede fumar, me voy a fumar afuera". Expresé con firmeza después de pedir prolijamente la palabra.
Al volver, una de las chicas, probablemente la más linda, estaba enarbolando unas banderas elípticas pero bellísimas, que no tardé un segundo en tomar como propias. 
Venia bien, todo bien, ningún quilombo... hasta que en un momento aciago me saltó a la boca una ráfaga retahílica de ametralladora de inconveniencias, de esas que frecuentemente expulso, más allá de mi control y mis deseos. Me termine quedando solo, rumiando entre tragos de ginebra mi inubicuidad estructural aguda. Bueno, no importa, sigo soñando con otra cosa... por atrás o por encima de las declaraciones de anhelos que no conducen a ninguna parte. Lo que me da bronca es que se me escapó la chiquitita. 
Igual, yo, siempre: despedazado junto a mi pueblo desequilibrado y enigmático