Una vez, hace unos años, imprevistamente, como se suele dar en estos casos, un virus se alojó en una de mis debilidades... sería más correcto decir: en uno de mis flancos débiles. Hablo de mí hígado... Creo qué, entre otras imbecilidades, me dijeron que tenía hígado de pato... ¡Hijos de puta, hígado de pato!...
Desde joven practico con ahínco numerosas actividades que hacen centro en él, no vale en modo alguno la pena dar mayores precisiones al respecto.
Bueno, el punto es que para ese entonces estaba completamente convertido a la búsqueda del vivir en sanidad fisica: nada de alcohol, ni drogas; hacia ejercicio, trataba de comer sin cometer excesos; solamente fumaba mis insoslayables cigarrillos. ¡Pero! Me cayó el virus...
- Era peligroso, había que actuar rápido... "Usted tiene un hígado de por sí ya muy deteriorado"... Un muñequito joven, pretendidamente adusto, enfundado en halos de seriedad impostada y en un prolijísimo guardapolvo blanco... ¿Por qué no te vas a la concha de tu madre? Pensé, y le pregunte: ¿Usted oyó hablar del poder curativo de la palabra? No me entendió.
No estaba solo, tenía: mujer, hijos, familia, amigos... pero estas circunstancias te imponen una forma infranqueable de soledad, te encontrás contra tu cara reflejada en un espejo incierto... Soy de los boludos que cuando la vida no camina del todo bien, se acercan invariablemente a la fantasía de meterse un balazo, o algo parecido... saltar al vacío. ¿Qué vacío?
Una enfermera petisita, muy dulce, me acaricio la frente y me dijo: - "Va a estar todo bien". Me aferré a esa expresión de deseo como, seguramente, se deben aferrar los náufragos a algún resto flotante de sus propios naufragios.
- "Va a estar todo bien". Me repetía, engarzando aquella joya en mi delirio...
Se fueron disipando los peores pronósticos. Habiendo cobrado fuerza me puse a pelear con otro facultativo de la misma o similar traza, al que terminé tratando de explicarle: que el mundo dista mucho del amoroso cuidado de su madre... No me entendió. Está bien, quédese tranquilo, yo tampoco me entiendo. La vida es desprolija, y usted está demasiado limpito para andar por este chiquero, siga, siga...
- "Va a estar todo bien".
Se fueron disipando los peores pronósticos. Habiendo cobrado fuerza me puse a pelear con otro facultativo de la misma o similar traza, al que terminé tratando de explicarle: que el mundo dista mucho del amoroso cuidado de su madre... No me entendió. Está bien, quédese tranquilo, yo tampoco me entiendo. La vida es desprolija, y usted está demasiado limpito para andar por este chiquero, siga, siga...
- "Va a estar todo bien".