jueves, 20 de junio de 2013

Cualquier parecido con la realidad es pura y puta coincidencia. (1)

   Hay una injusticia dibujada en unos cuerpos grises que esperan algo que nunca va a pasar. Con esa sentencia de tristeza definitiva empezó su caminata por la ciudad que tanto creía conocer. A veces la percepción traza signos en el aire y uno los busca sin conciencia, eso también pensaba. La noche suele jugar con las cabezas de los poetas, eso pienso yo. De la oscuridad nacen las sombras y de ellas surgen interpretaciones cargadas de imprecisión y por ende de posibilidades no previstas, de visiones que se escondían atrás de ellas, que estaban en ellas guardadas. Aquello a lo que hemos jugado tantas veces, toda la vida, a perdernos. Siempre o casi siempre en noches como aquella. 
Nos encontramos en el infinito bar de innumerables confluencias eventuales, ahí donde nos sentíamos particularmente cómodos. El viejo bar sobrante de otro Palermo muy distinto a éste tan rebuscadamente amanerado. 
A poco de sentarse y de pedir el primer whisky largó la secreción verborrágica:
   -La expresión humana es siempre residual, eso creo. Piezas que se salvan del naufragio permanente al que estamos expuestos. Uno comienza por decir más o menos aquello que recuerda de lo que inicialmente tenía para decir y no cayó en la oscuridad del olvido o de la propia contradicción, que a veces se disfraza de olvido, dicho sea de paso. Entonces, lo que queda, los restos, se manifiestan a partir de las palabras que se van encontrando y aceptando como más apropiadas para el intento. Eso, un intento, que cuando se sabe tal, no pretende cerrar ninguna puerta con una potente y grandiosa conclusión sino abrirlas todas, las que se puedan abrir, aunque más no sea un poco. Para la búsqueda de conclusiones totales ahí están las ciencias, en sus variantes duras o formales, o las más blandas y o las decididamente liquidas, con sus distintos tipos de cultores de la exactitud, lejos, muy lejos de lo que algunos dan en llamar ciencias humanas, o sociales, u otras variantes todavía más disparatadas, que también tienen adentro algunos cultores de una exactitud, en estos casos sólo anhelada, por más que ellos opinen lo contrario y se esfuercen en la pretensión de convencernos del absurdo. A ver: ¿Ciencias Políticas, Ciencias Económicas, Ciencias de la Comunicación -esa me gusta, una hermosura- Ciencias del Derecho, ¡Ciencias Morales!? ¡¿Qué nos pasa?! ¿Enloquecimos? Un verdadero pensador siembra preguntas, no respuestas. ¿Un verdadero pensador recoge los residuos disgustado? A todos esos preciosos y graciosos simplistas incólumes, debo reconocer que siempre les envidio la certeza, claro que con una sonrisa.
   -¿Estás escribiendo todo esto?
   -Ya no sé de qué carajo escribo -me dijo en un gruñido.     

sábado, 15 de junio de 2013

Del otro lado hay unos monstruos muy similares a vos, con casi tus mismos ojos.

   La frontera en este pedazo de mundo no está delimitada físicamente. No hay un río, ni un lago, ni una cadena de montañas, ni alambrado, cerca, muro... nada. Es una convención cartográfica sin expresión en el terreno. Hay quienes dicen que habría hitos establecidos a través de unos elementos electrónicos enterrados a varios metros. No sé, puede ser, tengo serias dudas de que eso sea efectivamente así. Igual, de ser, no tengo la menor idea de qué utilidad tendrían. Son aproximadamente unos cien kilómetros lineales, entre un puesto fronterizo y el otro, divididos por nada, o en realidad mejor, unidos por todo. En la practica diaria, por acá, la gente se mueve de un lado al otro sin ninguna pregunta. Cuando hablo de gente, no hablo de mucha; unas pocas familias que habitan la zona desde tiempos imprecisos.
Están ahí, son los mismos de un lado y del otro, viviendo en sus ranchitos similares, cuidando sus animales y sus plantas.
Nosotros llegamos acá de casualidad.
Hace unas noches se lo contaba a un amigo. Me lo encontré en la ciudad cuando tuve que ir a hacer unos tramites. Lo invité a venir y una tarde apareció. Le hicimos una cena a la luz de la luna y de las brazas que cocinaban la carne. La pasamos bien, charlando. Con los vinos del final de la cena le conté de la tarde en la que nos dimos contra este paraje.
Esa noche Carla cantó una infinidad de canciones viejas con su guitarra, nos fuimos a dormir cuando amanecía. Hacía muchísimo que no cantaba.
En alguna medida es como si hubiéramos vuelto al primer pasado. Nos pusimos nuevamente de novios, hablamos, caminamos... de la mano.
Vivimos tranquilos, armamos de a poco nuestro ranchito, yo cuido los animales y las plantas, Carla despunta su vicio enseñándole a los chicos de los vecinos. El otro día uno le dijo algo así como que del otro lado había también unos monstruos medio parecidos a nosotros... con casi los mismos ojos... Nos reímos mucho.

lunes, 10 de junio de 2013

El señor también es la representación de un pescado que tengo guardado en el fondo de casa.

   Algunas veces uno consigue que las palabras expresen, en parte, lo que se quería decir. Algunas veces se tiene algo parecido a esa certeza. Y después de dar numerosas vueltas en su búsqueda y ordenamiento se las suelta. Pero ellas siempre llevan pegadas otras cosas, otros significados distintos a los pretendidos que aparecen luego, cuando ya se las largó. Invariablemente pasa. Entonces viene alguien y nos cuenta que tal o cual conjunto de palabras le hizo pensar en tal o cual situación de su vida y nosotros lo miramos extrañados intentando comprender los misteriosos lazos que unen la escena que planteamos con la que se nos refiere, a nuestros ojos tan distinta. 
   Unas noches atrás le decía algo similar a esto mismo a un amigo mio muy querido, un completo e inextinguible hijo de puta -en el sentido que le solemos dar a estos términos en este lado de la costa del mar cloacal-. Él me respondió que a su juicio lo que nublaba la expresión y la tornaba equivoca eran los sentimientos. Me pareció cierto... Puede ser, si.
Puede ser que haya escritos o discursos que son más de la razón y otros en cambio que son más de los sentimientos, y existe también la posibilidad de que los haya equilibrados. Si. Y ahí, con el advenimiento a las cavilaciones de la palabra "equilibrado" brota un manantial de interpretaciones posibles para la palabra misma y para el concepto más global del que creo que hablábamos. 
   Hace muchísimos años Marisa me regaló un fantástico guitarrón jumbo hecho en Japón a semejanza de los de Gibson. ¡Qué extraordinaria hermosura! Cuando lo vi con detenimiento me parecía aún más imposible, era un regalo increíble. Nadie hasta ese momento, a excepción de mis padres, me había regalado algo tan fuera de lo común y de tanto valor. Tenía un sonido profundo, cargado de armónicos, muy impresionante. Estuve varias horas sin poder parar de tocarlo. Cuando nos separamos, al poco tiempo, le ofrecí que se lo llevara, dudó pero al final no quiso; lógicamente le dije gracias, y ese gracias portaba una carga en extremo particular. Después me vi obligado a venderlo para pagar una deuda de juego. Tampoco había manera de hacerlo afinar.    

jueves, 6 de junio de 2013

Nada más, ¿o sí?

   Un tipo, como una hoja moribundamente amarilla flotando de manera permanente en el aire, sostenido en él, sin solución de continuidad, por diferentes vientos que lo toman alternativa o simultáneamente. Viviendo ese ir y venir por un paisaje urbano atiborrado de desperdicios y silencios. Sin siquiera pretender entender, dejándose llevar por los vientos inexplicables y sus consecuencias. Nada funciona bien, todo se descompone, todo el tiempo, una y otra vez... es una constante, quizás la única; el resto, parece ser, absoluta e irrevocable aleatoriedad. Continuidad de horas difusas con el único sentido de las agujas de un reloj que no se detiene, sólo para morir -esa podría ser otra constante- nada más... O vaya a saber uno qué.