sábado, 26 de julio de 2014

Suarez y el barro.

Suarez compró un traje gris, muy oscuro, casi negro. Hacía muchísimo tiempo que no se compraba nada de ropa, transcurrió por algunos meses de un profundo malestar consigo mismo, pero su ánimo se había modificado en los últimos tiempos, una nueva secretaria de gerencia irrumpió con una sonrisa que modificó drásticamente sus expectativas vitales. Compró también una camisa gris claro, una corbata con un tramado extraño y unos zapatos negros, brillantes, que terminaban en una terrible punta. Suarez no podía dejar de pensar en la sonrisa luminosa, en las piernas y en la insinuación culmine de ellas.
Transcurridos un par de días, Suarez retiró el traje, con unos arreglos que fueron necesarios, ya realizados. A la mañana siguiente, se vistió con la impecable novedad de su indumentaria. Había cambiado, mucho, más allá de lo evidente. No hubo quien no notara lo sucedido con Suarez en la gerencia y sus alrededores, salvo ella que prosiguió como si nada hubiera pasado, con su amplia sonrisa desentendida.
Ese mediodía, Suarez tuvo que ir a resolver un conflicto en una de las plantas más apartadas. Llegó al final de la tarde, con los pantalones y los zapatos muy embarrados. Ella le sonrió diferente, se ve que el barro le llamó la atención. Quedaron en tomar algo después del trabajo. 
A los pocos meses se casaron, se mudaron a una casa con un parque hermoso y enseguida tuvieron tres hijos, dos varones y una nena. A todos les encantaba chapotear en el barro.           

miércoles, 16 de julio de 2014

Sigo.

Sueño con que algo, que no puedo precisar qué es, me quita la mitad de la cara; y entonces voy con esa sensación horrible de tocarme la nariz y encontrar sólo una parte de ella, un reborde de nariz inexplicable que es lo que quedó; y sigo, porque tengo que seguir, porque algo, que no puedo precisar qué es, me dice que siga, que no puedo parar. Aunque tengo unas ganas irrefrenables de ir hacia el precipicio y saltar para que todo termine, sigo.
Y después, me parece soñar que vos me decís que te abrace. ¡¿Qué te abrace?!
Recuerdo aquello de cuando mirarme en tus ojos era ver, quizás, lo mejor de mí.
No hay traducción para la canción que canta mi mente.
Me paro frente al espejo a delinear los rasgos del payaso que va a caminar muerto de miedo el alambre estirado en las alturas para que el payaso camine titubeante.
Me muerdo los labios. Lloro un poco, lastimo el maquillaje pero lo dejo así, y sigo, porque tengo que seguir.
Me sirvo ginebra con tónica, fumo un par de cigarrillos de gran toxicidad y sigo. 
—Mañana será otro día —dice una voz. Yo sé que probablemente sea lo mismo. Sigo.