miércoles, 9 de enero de 2013

Las calles de Caracas.

Llegan noticias intrincadas desde Venezuela; aquella Venezuela, que en el caso de algunos, se fue haciendo lentamente una ilusión. Particularmente llegan desde esa Caracas, que aunque nunca vi, a veces creo conocer. ¿Será qué me han hablado tanto de ella? Una tía materna que dejó por allá unos años hermosos y los narraba luminosamente. ¿Será qué se parece a alguna de las ciudades en las que pude soñar y enamorarme? ¿O será qué algo la asemeja y emparenta a la Buenos Aires indeclinable en la que me vi morir? Claro. La tengo impresa en las retinas. Me la contaron hasta en sus mínimos detalles.
Dicen que por allá se enfrentan dos fuerzas que dan toda la impresión de resultar irreconciliables; más o menos lo mismo que en el resto del mundo que percibo; acá por ejemplo. 
De pronto me imagino sentado a la mesa de una casita de Caracas, las paredes rusticas, casi sin revoque, casi despintadas, los muebles desnudos, una reproducción de una pintura de Monet como la que había en la casita de mi infancia. Me veo apesadumbrado.
Terminamos de comer y estoy fumando.
Me pienso el resultado de un amor simple, desposeído; uno similar al que me trajo realmente. Corren a mi alrededor dos hijos parecidos a los míos; diría mejor: absolutamente idénticos a los míos. ¡Los míos! Una mujer, que es mi mujer, me mira directo a los ojos, traga saliva, solloza.
De un momento a otro me encuentro diciéndole: - Tengo que ir, si no lo hago nunca más podría sostenerles la mirada.
Todos soñamos alguna vez con ser héroes, llegada la hora ningún hombre común está convencido.
Los fusiles apuntaran desproporcionadamente en la dirección en la que nos encontramos los del plato más liviano de la balanza.
No me gusta la imagen de Cristo, respeto a quienes veneran esa figura sangrante y cargada con una cruz pesadísima, pero no me gusta. Prefiero la de ese sujeto sin nombre, del que no se sabe cabalmente ni la procedencia, esclavizado por los Romanos, que murió intentando hasta contra los leones. 
Los enemigos tensan la cuerda, y las balas arrecian sobre miles y miles de mujeres y hombres que salieron a las calles a imponer sus pechos.
Miles y miles de mártires sobre las calles de Caracas; que también son las calles de Asunción, de Santiago, de Córdoba, de Montevideo... No son otras que las de Buenos Aires, las de Quito, las de La Paz... No son otras.
Estoy fumando, probablemente no el mismo cigarrillo. 
Por suerte todo parece ser una pesadilla, da la impresión que los enemigos saben que no podrían sobrevivir a tantos mártires. Caen en la cuenta de lo inexorable.