lunes, 29 de abril de 2013

Otra manera de mirar el mismo cielo.

Todo este rollo es muchas veces una inercia descompuesta; seguir corriendo como imbéciles sobre la cinta continua, cada vez más rápido, cada vez más imbéciles. Imbéciles rápidos. ¡Muy rápidos! Sobre la cinta motorizada. 

La figura de un sujeto joven de mediana talla y altura que caminaba con la cabeza disparada en el sentido de las agujas de un reloj tácito. Los pequeños ojitos verdes entrecerrados no miraban. Cara de velocidad con ceño fruncido. Al llegar a la esquina se llevó por delante a un hombre viejo que se movía con muchísima dificultad; el pobre anciano quedó dando vueltas sobre la pierna menos débil, buscando equilibrio con los brazos e insultando entre los pocos dientes oscuros que resistían en sus encías enfermas. Él no hizo registro de nada, siguió en su ensimismamiento brutal, arrastrando hacia delante una carga pesada e invisible.
"Andanadas de mugre... no quiero... destino... esperar... fajos de tiempo". En la mente avanzaba la cinta enloquecida. "Te voy a decir exactamente lo que tengo que decir, ni una palabra más, ni una menos. ¡Eso! Si la sangre tiene que llegar al río: que llegue; no me importa, y no me importa absolutamente nada. Que explote y vuele mierda para todos lados. Sos una rata. ¡Basura!". Gesticulaba rabioso y se le escapaba algún sonido y saliva de entre los labios aplastados. Un desequilibrado análogo, muy similar a él en cuanto a características físicas también, venía en el sentido contrario. Choque de hombros y de automáticas miradas furiosas. Se gruñeron un poco y se cruzaron en un golpe seco por lado. 
Una luz tenue al final de un túnel y de pronto sirenas, un velo rojo, y deformadas caras extrañas acercándose demasiado. Se cortó por completo el audio y a los pocos segundos la imagen. 
Metal frío en el pecho del imbécil inerme.

Al Sapo le faltaba una parte importante de la pierna izquierda, de casi la rodilla hacia abajo; la había dejado untada en una curva de la ruta entre Tandil y Balcarce. Una prótesis de aluminio, plástico y cuero la suplía. Llevaba siempre también un bastón de madera dura casi negra con alma y empuñadura de una aleación pesada; era una ayuda para moverse y un arma. La empuñadura era hermosa, algo así como la representación abstracta de un pájaro. Más de una cabeza había sido seriamente dañada por ese bello instrumento. El Sapo era un tipo complicado. Amablemente complicado. Sonrientemente complicado. Todos los que lo conocíamos realmente valorábamos ese particular buen humor que cultivaba. 
Al Sapo le pasaba más o menos lo mismo que a todo el mundo por estos lugares: infinidad de veces no le gustaba una mierda lo que veía dentro suyo, pero seguía... parado conflictivamente sobre la cintita. Le entraba bastante al whisky. Yo también le entro bastante, de chiquito.

Trajeron una camilla para recoger los restos vegetales del imbécil. La cabecita de fósforo había estallado contra las baldosas de concreto gris de aquella vereda. Un hilo de vida todavía lo acompañaba ¿vaya uno a saber por cuánto tiempo más? Seguramente fue poco. Un reloj pulsera digital se deslizó al piso cuando lo subieron a la camilla, un policía enormemente gordo lo pisó destrozándolo.

El dibujo del pibe reventado le había torcido la mirada al Sapo. El otro chico lloraba desconsolado, no lograba entender lo que pasaba. Se le iba a embarrar bien la vida al gaucho. 

Carla le miraba los zapatos a la gente. 

- ¿Qué hacés vos por acá preciosa?
- Que locura todo esto. Por dios.
- ¿Estabas cuando pasó?
- No, no estaba, llegue a los pocos minutos. Me contó todo el chico del bar. ¿Qué locura, no? Podrían hasta ser hermanos, con lo parecidos que son, mellizos. Dicen que fue un solo golpe. Se dieron una piña cada uno. Que locura.
- Si, estas cosas nunca se pueden entender. Vivimos mal.
- Tenés razón. 

La ambulancia partía con el presumible próximo cadáver y el patrullero con el otro.