miércoles, 29 de mayo de 2013

3. El espejo.

Fue abriendo despacio los ojos con la certeza de que era la inevitable hora de levantarse, sin posibilidad alguna de más demoras ni dilaciones. Había logrado dormir profunda y reparadoramente, quizás gracias al whisky, pero el contacto con aquella mañana lo volvió a despertar a esa continuidad de inquietud y tristeza que traía instalada en su rutina hace meses. Inquietud y tristeza que estaba seguro devenían de manera directa de unas bruscas ráfagas de pensamientos oscuros que no lograba controlar ni eludir. Salvajes visiones sobre sí mismo y su forma de vida -tan alejada de lo que entendía como verdadera vida-.
Tener que trabajar un sábado en una oficina vacía; no iba a haber nadie, iba a estar completamente solo. Siempre había preferido trabajar solo; ahora le resultaba cada vez más insoportable. La llegada de Nidia cambió todo, hasta su relación con los otros compañeros había mejorado. Ella se fue convirtiendo en una de las pocas razones que encontraba para sonreír de tanto en tanto. Ella y su hijo.
Chocó de pronto contra su cara desfigurada en el espejo del baño. 
Desde hacía un tiempo pensaba constantemente en escaparse, volar, desaparecer de esa repetición circularmente abrumadora de números, planillas, responsabilidades, y por sobre todo y fundamentalmente, de su matrimonio. La muy vieja y recontra remanida fantasía de ir a comprar cigarrillos y no volver nunca más en la reputísima vida. 
Se dispuso a ducharse rápido, a afeitarse, a lavarse los dientes, a no pensar, a evitar mirarse.       
Un lunar sobre el pómulo derecho que se había estado agrandando bastante y se había puesto duro y áspero lo preocupaba. La sensación horrible a la vez que sorprendentemente tranquilizadora de que la cuestión se podría estar por terminar de un momento a otro.
Sonrío con dolor mirando fijo el reflejo de sus ojos sollozantes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario