sábado, 25 de mayo de 2013

2. En sueños.

Se encontraba en la orilla de un arroyo ínfimo que bajaba de una montaña inconmensurable haciendo zigzag. Los pies no conseguían afirmarse en un piso con apariencia visual de césped pero conformado por una irrealidad de minúsculas piedras circulares verdes. Se sentó a buscar el agua con los pies. El clima era de una suave calidez y el agua tenía la consistencia exacta del aire. 
Su amigo le hablaba monótonamente de una felicidad de días sin apremios ni malestares, de una continuidad de horas en el río, navegando, tomando sol, nadando... Dos grandes porciones de asado se cocinaban en una parrilla de campamento a brazas lentas, y un vino sedoso y muy ligeramente abocado se bebía de una botella inagotable.
Una sensación de apacibilidad total lo iba tomando de las manos para después abrazarlo integro en un cosquilleo de placer absoluto, desconocido por él hasta entonces.
Su amigo le contaba de una morena preciosa de ojos brillantes que era capaz de extraer todo el contenido de cualquier hombre.
Mientras su amigo trazaba el retrato de su morocha él pensaba en Nidia,  soñaba con Nidia.
Nidia era muy ¡muy! hermosa, no sólo por los infinitos detalles de su hermosura física sino también por una graciosa locura y una rara inteligencia que brotaba de ella interminablemente. Era pelirroja, era dulce, era sutil, era lúcida, era pecosa, era intensa, era inquietante.
Nidia se había ido apoderando de sus sueños de a poco, de una manera extraña, subrepticia. Esa noche tenía puesto un camisón negro, corto, de seda o algo así. Estaba increíble, se podía ver bastante de sus fantásticas tetas y de sus larguísimas piernas pecosas. Llevaba las manos vendadas como en esas fotos en las que practicaba boxeo. 
Jugaron por un rato una suerte de pelea riendo, y terminaron bailando muy apretados. La voz alegre y profunda, la piel completamente cubierta de un invisible manto de terciopelo. Él tenía una erección que no creía propia, una de tiempos ya olvidados.              

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