jueves, 9 de octubre de 2014

Mínima pieza de teatro innecesario

Estaba contenta porque había hecho confeccionar unas cortinas nuevas, medio anaranjadas, y las había colgado. Después de colgarlas lavó una manzana y se la comió mirándolas. Y cuando él llegó lo saludó, le dio un beso ruidoso, y lo miraba sonriente, sin decirle nada del cambio, porque esperaba que se diera cuenta sin necesidad de hacérselo notar.

—No estoy dando rodeos de ningún tipo, no quiero complicar las cosas; no te quiero decir nada extraño ni difícil de decir, quiero decirte lo que voy pensando, con la dificultad con la que lo voy pensando, qué es mucha, de verdad; y no sé sí es extraño o no es extraño pero es lo que voy pensando y te lo explico de la manera que puedo, porque lo que se ve a simple vista no merece mayores discusiones pero el problema es lo otro —dijo tratando de encontrarle los ojos, y después se quedó un rato más buscándolos en silencio.
Debajo de cada uno de los suyos había un corte oscuro que se iba profundizando, y por encima la mirada afiebrada; y se oía, muy despacio, la voz ronca saliendo con dificultad de la boca que apenas se movía.
Ella mirando al piso.
—Estoy cansada —dijo.
—Bueno —emitió él, resignado.

—Vamos a caminar un poco; salgamos, dale —dijo alguien, que no era ninguno de los dos y que no estaba presente, ahí, en ese momento. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario