lunes, 10 de junio de 2013

El señor también es la representación de un pescado que tengo guardado en el fondo de casa.

   Algunas veces uno consigue que las palabras expresen, en parte, lo que se quería decir. Algunas veces se tiene algo parecido a esa certeza. Y después de dar numerosas vueltas en su búsqueda y ordenamiento se las suelta. Pero ellas siempre llevan pegadas otras cosas, otros significados distintos a los pretendidos que aparecen luego, cuando ya se las largó. Invariablemente pasa. Entonces viene alguien y nos cuenta que tal o cual conjunto de palabras le hizo pensar en tal o cual situación de su vida y nosotros lo miramos extrañados intentando comprender los misteriosos lazos que unen la escena que planteamos con la que se nos refiere, a nuestros ojos tan distinta. 
   Unas noches atrás le decía algo similar a esto mismo a un amigo mio muy querido, un completo e inextinguible hijo de puta -en el sentido que le solemos dar a estos términos en este lado de la costa del mar cloacal-. Él me respondió que a su juicio lo que nublaba la expresión y la tornaba equivoca eran los sentimientos. Me pareció cierto... Puede ser, si.
Puede ser que haya escritos o discursos que son más de la razón y otros en cambio que son más de los sentimientos, y existe también la posibilidad de que los haya equilibrados. Si. Y ahí, con el advenimiento a las cavilaciones de la palabra "equilibrado" brota un manantial de interpretaciones posibles para la palabra misma y para el concepto más global del que creo que hablábamos. 
   Hace muchísimos años Marisa me regaló un fantástico guitarrón jumbo hecho en Japón a semejanza de los de Gibson. ¡Qué extraordinaria hermosura! Cuando lo vi con detenimiento me parecía aún más imposible, era un regalo increíble. Nadie hasta ese momento, a excepción de mis padres, me había regalado algo tan fuera de lo común y de tanto valor. Tenía un sonido profundo, cargado de armónicos, muy impresionante. Estuve varias horas sin poder parar de tocarlo. Cuando nos separamos, al poco tiempo, le ofrecí que se lo llevara, dudó pero al final no quiso; lógicamente le dije gracias, y ese gracias portaba una carga en extremo particular. Después me vi obligado a venderlo para pagar una deuda de juego. Tampoco había manera de hacerlo afinar.    

1 comentario:

  1. Mi comentario quizás te parezca algo extraño. Te voy a dejar una sensación. Me sumergí en la siempre atractiva aventura a la que me llaman tus palabras. Y fue genial. Extrañamente genial. Fue como ir caminando por un pasillo y ver una luz a lo lejos, la promesa de un mar quizás, ese sonido, la brisa... cosas que me gustan, todo detrás de esa puerta. Caminaba imaginariamente sin darme cuenta... pensando en ese mar y cuando por fin llegué a la puerta entreabierta, me asomé... y no, no había mar, ni brisa. Tras la puerta estaba la cocina de donde vivo, y como siempre, los platos sin lavar, esperando mi natural talento para solucionar esos menesteres. En fin, detrás de las puertas entreabiertas a lo lejos, no siempre está lo que ilusamente soñamos... Así de genial lo tuyo. Mi agradecimiento por poder apreciar tus relatos, amigo.

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