sábado, 15 de junio de 2013

Del otro lado hay unos monstruos muy similares a vos, con casi tus mismos ojos.

   La frontera en este pedazo de mundo no está delimitada físicamente. No hay un río, ni un lago, ni una cadena de montañas, ni alambrado, cerca, muro... nada. Es una convención cartográfica sin expresión en el terreno. Hay quienes dicen que habría hitos establecidos a través de unos elementos electrónicos enterrados a varios metros. No sé, puede ser, tengo serias dudas de que eso sea efectivamente así. Igual, de ser, no tengo la menor idea de qué utilidad tendrían. Son aproximadamente unos cien kilómetros lineales, entre un puesto fronterizo y el otro, divididos por nada, o en realidad mejor, unidos por todo. En la practica diaria, por acá, la gente se mueve de un lado al otro sin ninguna pregunta. Cuando hablo de gente, no hablo de mucha; unas pocas familias que habitan la zona desde tiempos imprecisos.
Están ahí, son los mismos de un lado y del otro, viviendo en sus ranchitos similares, cuidando sus animales y sus plantas.
Nosotros llegamos acá de casualidad.
Hace unas noches se lo contaba a un amigo. Me lo encontré en la ciudad cuando tuve que ir a hacer unos tramites. Lo invité a venir y una tarde apareció. Le hicimos una cena a la luz de la luna y de las brazas que cocinaban la carne. La pasamos bien, charlando. Con los vinos del final de la cena le conté de la tarde en la que nos dimos contra este paraje.
Esa noche Carla cantó una infinidad de canciones viejas con su guitarra, nos fuimos a dormir cuando amanecía. Hacía muchísimo que no cantaba.
En alguna medida es como si hubiéramos vuelto al primer pasado. Nos pusimos nuevamente de novios, hablamos, caminamos... de la mano.
Vivimos tranquilos, armamos de a poco nuestro ranchito, yo cuido los animales y las plantas, Carla despunta su vicio enseñándole a los chicos de los vecinos. El otro día uno le dijo algo así como que del otro lado había también unos monstruos medio parecidos a nosotros... con casi los mismos ojos... Nos reímos mucho.

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