martes, 2 de septiembre de 2014

Un tiro

En el barrio del demonio, frente a la plaza de los chanchos, Sara y Hinde viven las dos solas en una casona preciosa pero mal mantenida que fue construida por el padre de ambas cuando ellas eran un proyecto, hace algo así como ochenta o noventa años. Están tristes, terriblemente tristes. Hablan con Roberto, otro vecino. 
Dicen que eran más o menos las cuatro de la madrugada cuando un tipo delgado bajó como una sombra de un auto negro o gris oscuro o azul muy oscuro que probablemente fuera un VW Bora y se acercó sigilosamente a Pablo que estaba sentado en la verja de su casa pitando, dicen que despreocupadamente, un cigarrillo porque no podía dormir desde hacía varias noches y se había tomado la costumbre de quedarse ahí afuera sentado, fumando, haciendo círculos de humo, tomando mate con cascaras de limón y mirando el cielo despejado de aquel principio de primavera.
Pablo había cumplido recién treinta años, era una persona bastante especial, para todo el mundo; la gente del barrio le tenía mucho afecto, no recuerdo quién no. Era un poco loco, alborotado, pero bien, lindo, tranquilo; no molestaba nunca a nadie, al contrario.
Dicen que aquella mañana, anterior al suceso, Pablo salió temprano como todas las mañanas y jugó con el perro de Sara y Hinde y tomó el colectivo en la esquina de siempre y llegó al taller para abrirlo y entrarle a unos amargos para arrancar la jornada y que estaba risueño porque permanentemente lo estaba y su equipo había ganado y bromeaba con eso. Estuvo trabajando en una caja de dirección el día entero.
Cuando terminó en el taller se quedó jugando a las cartas en el bar de Abraham, tomando unos aperitivos, se fue temprano, caminando. En su casa, lo esperaba Estela que dicen que lo recibió con un beso, en la verja, y él le dio una palmada en la cola y los dos se reían como cada tarde. 
—Matáme, me haces un favor —dicen que Pablo dijo. Y se escuchó el sonido de un disparo, un único tiro, uno sólo.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario