lunes, 22 de septiembre de 2014

A veces

Ella baja del sexto piso por las escaleras porque en algunas oportunidades se le ocurre que le resulta conveniente hacerlo, como ejercicio, y el paseo por las escaleras es realmente agradable, la luz de la tarde las ilumina suave, y el mármol blanco con leves vetas grisáceas, y la suntuosidad de las barandas y las arañas lúgubres, apagadas, y el aire eternamente fresco que habita ese espacio que ella suele ver como un pasadizo a otro mundo. En la calle, el clima da un corte de categórica rudeza, el ruido es tan sofocante como el calor y la luz arrecia, violenta. Deja caer sobre sus ojos los lentes para protegerse del sol y de las miradas hirientes, porque ella a veces siente que algunas miradas la hieren, en ocasiones sin quererlo y otras con la marcada intención de hacerlo, hay gente que busca herir con su mirada, que mira para lastimar, y en ella lo consiguen, casi siempre, aunque últimamente un poco menos, quizás, con menos intensidad.  
Tiene que caminar entre ese tránsito apenas unos diez metros para llegar al kiosco y poder comprar un alfajor, una leche chocolatada, un paquete de cigarrillos y una petaca del licor de café que le gusta. La chica del kiosco le dice que está linda con ese vestido y ella le cuenta que lo hizo ella, y lo pintó, y se sonríe. Un hombre de alrededor de cuarenta años con un traje caro, gris claro, brillante, llega, de pronto, y la mira con desprecio. 
Ella se va pensando que sabe perfectamente que está bastante loca pero que nada justifica esa mirada. Vuelve sobre sus pasos. Herida.  

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