viernes, 11 de octubre de 2013

Creo que era yo.

Creo que era yo, estoy casi convencido de que era yo, hace un tiempo, bastante más joven, pero no podría asegurarlo realmente. Caminaba con lentitud por el borde interno de una terraza muy similar a la del edificio en el que viví por veinte años, mis primeros veinte. Aunque lo que se veía desde ahí era completamente distinto a aquello... Pegado a la cornisa, a una distancia prudencial de ella, como la marcada por mi temor a las alturas.
Transcurría una noche extraña que no era asimilable a ningún recuerdo: el cielo violeta oscuro con franjas grises flameaba incesante como una bandera gigantesca por sobre todo, las luces de la parte de la ciudad más densa asaltaban la meseta tranquila de aquella terraza suburbana; tornados cargados de neón y humo; el viento pegaba como si estuviera hecho de piedras; se escuchaba tenuemente la voz salvaje de una guitarra salvaje.
La mejor representación de la furia ha sido siempre una guitarra distorsionada llevada al extremo; por ejemplo: el enorme viejo pelado que tocaba con un trío en el barcito perdido en la playa; furia pura, sin el más mínimo rasgo de artificio; uno podía esperar que de un momento a otro las manos empezaran a sangrarle. En la furia inevitablemente hay inmolación, me parece…
La rodilla se me dispersa, se vuelve inestable y me duele bastante, desde hace mucho tiempo, y ha ido empeorando. Al tipo en la terraza le pasaba lo mismo o algo muy parecido. Se desplazaba con dificultad… Estaba desnudo, quizás no del todo. Se llevaba una mano a la sien y la masajeaba. La vida es difícil hasta en sueños.

De pronto se estaba sonriendo, con unos dientes que eran los míos pero más oscuros; tenia sangre en la sonrisa, y hielo en los ojos… Y creo que cantaba, o recitaba, bramidos acerca de seguir sangrando.   

1 comentario:

  1. Me impresiona. Quizás porque por “aquí” sí siento que he pasado más de una vez, no me es ajeno.
    Gracias por escribir. Eso, así, es lo que quiero decirte.
    Gaby

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