miércoles, 11 de enero de 2012

Las razones de los desesperados.

El televisor que emanaba el brumoso y desordenado discurso de un extraño pastor sin ninguna coherencia ni el más mínimo rebaño, mezclado con un ligero pero enroscado ruido blanco; se enmudeció de pronto.
Se había cortado repentinamente la luz y el tipo tardo la decima parte de un micro-segundo en saltar la valla que separa la estable normalidad del temido desequilibrio.
Sentado en la enorme cama desprovista de sueños y cargada de ausencias, se tomo la cara con la extrema violencia del que quisiera arrancársela.
Enajenado en la suma y la multiplicación de los desconciertos, le temblaban considerablemente las piernas, los brazos y la boca.
Desvariaba, cerrando con rabia infinita los dientes, acerca de lo que él mismo denominaba “su destierro”. Susurraba y susurraba desparramadas excreciones.
De un golpe, se paro pesado, y apretando con los pies el piso de roble, se encamino a una botella de Vodka y a un vaso, que lo esperaban en una hermosa mesa desquiciada, untada con un gran cumulo de desperdicios; restos amargos de una serie de vacíos recientemente acontecidos.
Tomo todo el contenido de la botella, vaso tras vaso, casi sin interrumpirse siquiera para respirar o fumar, y envuelto en ese mismo e incandescente remolino de furia, se vistió con lo primero que encontró, para eyectarse de ese departamento que se le había vuelto repentina y rugientemente hostil.
En la calle encontró su auto y las llaves estaban en el bolsillo.
Condujo anegado de sombra hacia un destino más anegado e incierto todavía.
Sin detenerse, sin querer pensar, sin dejar que él cuenta vueltas del auto bajara por un instante de 5000, se desplazo en el sentido que el insignificante viento traía.
Una luna tenuemente azul y desperdigada se reflejaba en el rio interminable y al pisar el barro crujiente que el agua había dejado al retirarse, se percibió descalzo.
La playa ennegrecida… La mierda flotante y su olor obsceno… Las pérdidas… Los escombros…
La constante de fantasmal basura…
El ritmo de su jadeo marcaba su marcha enloquecida… Enceguecida…  
Se golpeaba los ojos, alternativamente, uno y el otro, cada vez más rápido.
Pretendía… ¿No se?
Después de un inextinguible rato, el contacto con ese segmento desconectado de mundo enfermo pero bello, pareció tranquilizarlo, y lentamente sus pisadas bruscas e irascibles se fueron transformando en pasos más humanos.
Otro cigarrillo aspirado con esa particular exasperación, el vaivén y los recuerdos demacrados y ahora grises.

La mañana lo encontró sentado sobre las raíces descubiertas de un árbol mirando la linea de unión del río y el cielo, fumando tibiamente “su destierro”.
Algo que no me atrevo a enunciar había cambiado para siempre…

¿Vaya uno a saber que diablos?...

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