sábado, 26 de julio de 2014

Suarez y el barro.

Suarez compró un traje gris, muy oscuro, casi negro. Hacía muchísimo tiempo que no se compraba nada de ropa, transcurrió por algunos meses de un profundo malestar consigo mismo, pero su ánimo se había modificado en los últimos tiempos, una nueva secretaria de gerencia irrumpió con una sonrisa que modificó drásticamente sus expectativas vitales. Compró también una camisa gris claro, una corbata con un tramado extraño y unos zapatos negros, brillantes, que terminaban en una terrible punta. Suarez no podía dejar de pensar en la sonrisa luminosa, en las piernas y en la insinuación culmine de ellas.
Transcurridos un par de días, Suarez retiró el traje, con unos arreglos que fueron necesarios, ya realizados. A la mañana siguiente, se vistió con la impecable novedad de su indumentaria. Había cambiado, mucho, más allá de lo evidente. No hubo quien no notara lo sucedido con Suarez en la gerencia y sus alrededores, salvo ella que prosiguió como si nada hubiera pasado, con su amplia sonrisa desentendida.
Ese mediodía, Suarez tuvo que ir a resolver un conflicto en una de las plantas más apartadas. Llegó al final de la tarde, con los pantalones y los zapatos muy embarrados. Ella le sonrió diferente, se ve que el barro le llamó la atención. Quedaron en tomar algo después del trabajo. 
A los pocos meses se casaron, se mudaron a una casa con un parque hermoso y enseguida tuvieron tres hijos, dos varones y una nena. A todos les encantaba chapotear en el barro.           

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