viernes, 8 de marzo de 2013

La vida es para andar lo más desnudo posible. (2)

Cuando se murió mi hermano, que no era en rigor a la verdad mi hermano pero para mí lo era indudablemente y por encima de todos los registros formales, me decidí por recordarlo siempre en ese estado anterior a la quietud y el silencio definitivos. Más precisamente: elegí reverlo en una eternidad de sonrisa hacia un costado, intento de resumen de su forma particular de estar en la vida que un poco se me pegó, bastante. 
Se fue muy joven, y en ese irse tan rápido se fue también gran parte de mi esperanza existencial. "La vida te corre; son cinco minutos. De un momento a otro termina todo, te fuiste y chau". Desde ese entonces me martiriza un cartel fluorescente que afirma en un relampagueo constante: "Su tiempo puede estar por expirar en cualquier momento sin darle demasiada o ninguna clase de aviso previo más allá de esta leyenda maldita que centellea".
El cartel desapareció por un tiempo cuando nacieron mis hijos y después volvió. 
Nunca sentí la necesidad de concurrir a ningún cementerio para evocar o invocar a algún muerto querido, rehúyo de cualquiera de las expresiones de ese culto. Mucho menos a mi hermano, viene conmigo con esa sonrisa permanente dibujada y aparece espontaneo. Que él sonría no trae aparejado en modo alguno que yo no llore, lo contrario: lloro casi siempre que aparece. Es así. El paso del tiempo no lo hace diferente.
  

1 comentario:

  1. Me pasa algo muy parecido con mi madre. Desear soñar con ella "para verla un ratito" (y que sonría por favor)... Pocas veces se cumple mi deseo, pero cuando eso ocurre o cuando sin darme cuenta me encuentro pensando en ella, nunca logro que las lágrimas que siempre aparecen, así, abruptamente, me hagan dudar de sí me alegro por su recuerdo o si estaré eternamente triste por haberla perdido. Un abrazo mi amigo. Y gracias, como siempre.

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