Ella le dijo
que la comida ya estaba servida en la mesa, que por favor viniera a comer, que
se enfriaba. Lo hizo a media voz, de un modo relativamente distante e
impersonal pero con suma amabilidad. Él estaba tirado en la cama, se encontraba
muy cansado, le costaba moverse, había sido un día complicado, no
extraordinariamente complicado, complicado a secas, ordinariamente complicado. De
un tiempo a esta parte todos los días de rutina laboral le resultaban
complicados.
Tenía la
costumbre de llegar y cambiarse la ropa del trabajo por un pantalón corto y una
de sus remeras viejas. Esa noche no, se quedó desnudo.
Ella también
estaba cansada, fundamentalmente cansada de silencios, le dijo que ya no lo
llamaba más, que hiciera lo que quisiera, que estaba todo frio. Él respondió
que ya iba, que en un segundo estaba. Se puso una remera destrozada y un
pantalón corto.
No eran
jóvenes, no eran viejos, no tenían hijos. Ella siempre buscaba estar linda para
él, se arreglaba especialmente.
—Hace calor,
está mejor así un poco frio. —Dijo él, después del primer bocado.
—Le puse
tomate natural desmenuzado. Nunca le había puesto. ¿Te gusta?
—Sí, está
bueno, muy bueno. Hoy tuve un día terrible. Me atacó una constelación de
pelotudos, todo el día.
—Mi hermana
se va a casar.
—Pobre tipo.
Ella sonrió
sin decir nada. Comieron en silencio, mirándose de a ratos a los ojos. Llevaban
varios años juntos. Todavía se querían bastante.
Ella era
profesora de matemáticas, tenía unas horas en un par de colegios y algunos
alumnos particulares a los que les daba clases ahí, en su casa. Uno de ellos se
llamaba Pedro, Pedrito, era el alumno más pequeño que tenía, once años, sentía
predilección por ese chico, estaba enamorada. Constantemente le hablaba a él
acerca de Pedrito, de las cosas que Pedrito le decía, de lo ocurrente que era, de
lo rápido que hacía los ejercicios, de cómo se preparaba para una olimpiada
matemática que seguro ganaría, de su carita simpática, de sus pecas, del pelo
colorado.
A él no le
gustaban mucho los chicos. Igual hubiese querido que tuvieran uno, más que nada
por ella. En algún momento pensaron en adoptar, a veces barajaban esa
posibilidad. Era complicado, muy complicado. Y caro, sumamente caro. Los
abogados. Recién ahora estaban un poco mejor económicamente.
Después de cenar
él siempre tomaba vodka, fría, pura, sin hielo ni nada, ponía música y a veces
fumaba un cigarro nicaragüense, que compraba en atados de cincuenta. Ella lo
peleaba por el precio de esos cigarros, él le decía que era lo único costoso
que se compraba.
La música y el humo calmaban las fieras. Las fieras que navegaban el interior violento del hombre, en apariencia, manso. Aquella noche le costaba calmarse, lo impregnaban imágenes de rupturas.
Ella miraba una revista, una de esas estereotípicas revistas para mujeres.
La música y el humo calmaban las fieras. Las fieras que navegaban el interior violento del hombre, en apariencia, manso. Aquella noche le costaba calmarse, lo impregnaban imágenes de rupturas.
Ella miraba una revista, una de esas estereotípicas revistas para mujeres.
Excelente. Es una sola palabra. No sé si te dice algo o nada. Pero es excelente tu relato.
ResponderEliminarY esas perlas:
Ella también estaba cansada, fundamentalmente cansada de silencios
Las fieras que navegaban el interior violento del hombre, en apariencia, manso.
Aquella noche le costaba calmarse, lo impregnaban imágenes de rupturas.
Y lo que decís y lo que sin estar dicho está ahí. El clima. Todo se ve, se respira lo que escribís.
Bueno, finalmente dije más de una palabras, pero cierro con una fundamental: Gracias :)
Gaby