La
recepcionista le había preguntado sí ese era su esposo y Carla había titubeado
al responderle que sí, que era.
Pedro
llegó a buscarla en la moto y cuando se sacó el casco estaba completamente despeinado
y su nariz parecía más aplastada y su mirada más turbia.
A
veces Carla se sentaba con las piernas cruzadas y el dedo índice de la mano
derecha sobre el labio inferior y pensaba, con mucha firmeza, que Pedro era
terriblemente feo y entonces se preguntaba: “¿Cómo fue que me enamore de él? ¿En
qué demonios estaba en ese momento? ¿Qué le vi?”. Básicamente esas tres
preguntas se le repetían circularmente adoptando diferentes formas… Otras
veces, en cambio, se le aparecía el Pedro especial de aquella noche de hace
años, en lo de Carmen, cuando entró de pronto, como un fantasma, con aquel largo
sobretodo negro y los lentes oscuros y las manos enguantadas y el cigarrillo
apretado entre los labios finísimos. Cada vez veía menos ese Pedro.
Pedro
era, sin duda, feo; de una fealdad férrea, inconmovible, inelástica. Pero lo
que más la preocupaba a Carla últimamente es que estaba empezando a verlo
estúpido.
Pedro
era, sin duda, bastante estúpido.
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