Empiezo por
donde puedo, de la manera que puedo, es una constante (siempre hago lo mismo) y
entonces, inevitable e invariablemente, voy arrancando por la esencial clave de
preguntarme y contestarme algo así como: para qué sirve la vida sino para
divertirse. Ser feliz es una pretensión excesiva, me parece; una pretensión que
se diluye por sí misma en la búsqueda de una abstracción demasiado intangible:
la felicidad… inabordable, mucho, demasiado, excesivo, sólo alcanzable de a
ratos y casi sin intervención de la voluntad, o decididamente sin intervención.
Divertirse está muy bien, es perfecto, es una excelente propuesta, más cercana,
más factible, a mano. Divertirse y no dejarse arrastrar por ninguna pena, o por
lo menos, ser arrastrado sólo lo necesario, lo imprescindible… La imagen que
podría pintar lo que quiero decir, en cuanto a no dejarse arrastrar, es aquella
de estar nadando en el mar a cientos de metros de la costa y, en el momento de
querer volver, notar que la corriente no nos deja hacerlo, que aunque nadamos y
nadamos la costa siempre está a la misma distancia o incluso empeora; la
solución para este problema podría pasar por encontrar la corriente de vuelta y
no por desfallecer nadando en contra; frente al dolor habría que tomar una
actitud similar, probablemente.
Igual, somos
lo que podemos, con lo que la vida va dejando de nosotros, con lo que va
quedando, con lo que el mar no se llevó, eso creo; los restos de varios
naufragios consecutivos. ¿Quién no ha tenido cantidad de naufragios? Y en el
mar siempre se deja bastante. Y es difícil no entristecerse por las pérdidas,
está claro. Apenas nacemos comenzamos a dejar cosas por el camino.
Frecuentemente me sueño avanzando con los brazos cargados de paquetes y
pequeñas cosas que se me van cayendo y cuando me agacho para recogerlas se me
caen otras y por consiguiente avanzo de la manera que puedo: haciendo malabares
y pateando lo que se cae y bueno, desprolijamente, abandonando una parte por no
encontrar la forma de seguir transportándolo.
Cuando hablo
de divertirse no hablo de entretenerse que entiendo que es algo completamente
distinto; entretenerse podría pasar por buscar distracciones que nos alejen de
la conciencia de nuestros momentos miserables; divertirse, en cambio, no tiene
porqué contener inconciencia: podemos perfectamente divertirnos en las peores
circunstancias y sin negarlas en lo absoluto. Se me ocurren infinidad de
ejemplos pero juzgo innecesario profundizarlos; creo que cualquiera que haya
vivido un poco entiende lo que planteo, o sino, debería. En el rostro de la peor
tragedia se puede dibujar una sonrisa. No estoy diciendo que tenga forzosamente
que dibujarse.
Hay personas
que pretenden buscarle un lado positivo a todo, no es de eso de lo que hablo,
de ninguna manera, eso no me resulta factible; hay hechos, circunstancias, que
no tienen la más mínima arista positiva, nada en absoluto. Podría decirse que
ese tipo de diagrama existencial es inviable, un optimismo condenado al total
fracaso en el momento de enfrentarse a un dolor extremo; en su lugar, un
optimismo más moderado, menos totalitario; sólo acordarnos, en cuanto nos sea
posible, después de que la corriente de dolor haya menguado, la conveniencia de
divertirnos y divertir a los que están cerca, todo lo que nos resulte viable.
Ahí puede estar la otra pata que sostenga la cuestión: divertirse con y no a
costa, nunca. En ese divertirse con los demás hay una circularidad virtuosa y
abierta, que invita al contagio, que mejora el ámbito, que lo hace más
agradable, menos inhóspito.
Se me ocurre
pensar que sólo los que se plantean buscar entretenimiento tienen
inconvenientes marcados con la adicción a sustancias y demás. Quizás el
buscador de diversión no esté tan proclive a caer en esas trampas. La trampa no
parece ser la sustancia sino la adicción. Y la adicción parece ser consecuencia
del deseo de escapar implicado en la necesidad de entretenerse.
Entonces, de
nuevo, para intentar resumir: no dejarse arrastrar por la pena, buscar el lado
divertido y la diversión como sistema en todo lo que sea posible y compartir
los hallazgos, aún los mínimos. Eso. Y conservar cierta rusticidad. Pulirse en
exceso puede dejarnos en carne viva.
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