Creo que era yo, estoy casi convencido de que era yo, hace un tiempo, bastante
más joven, pero no podría asegurarlo realmente. Caminaba con lentitud por el
borde interno de una terraza muy similar a la del edificio en el que viví por
veinte años, mis primeros veinte. Aunque lo que se veía desde ahí era
completamente distinto a aquello... Pegado a la cornisa, a una distancia
prudencial de ella, como la marcada por mi temor a las alturas.
Transcurría una noche extraña que no era asimilable a ningún recuerdo: el
cielo violeta oscuro con franjas grises flameaba incesante como una bandera gigantesca
por sobre todo, las luces de la parte de la ciudad más densa asaltaban la meseta
tranquila de aquella terraza suburbana; tornados cargados de neón y humo; el
viento pegaba como si estuviera hecho de piedras; se escuchaba tenuemente la
voz salvaje de una guitarra salvaje.
La mejor representación de la furia ha sido siempre una guitarra
distorsionada llevada al extremo; por ejemplo: el enorme viejo pelado que
tocaba con un trío en el barcito perdido en la playa; furia pura, sin el más
mínimo rasgo de artificio; uno podía esperar que de un momento a otro las manos
empezaran a sangrarle. En la furia inevitablemente hay inmolación, me parece…
La rodilla se me dispersa, se vuelve inestable y me duele bastante,
desde hace mucho tiempo, y ha ido empeorando. Al tipo en la terraza le pasaba
lo mismo o algo muy parecido. Se desplazaba con dificultad… Estaba desnudo,
quizás no del todo. Se llevaba una mano a la sien y la masajeaba. La vida es
difícil hasta en sueños.
De pronto se estaba sonriendo, con unos dientes que eran los míos pero
más oscuros; tenia sangre en la sonrisa, y hielo en los ojos… Y creo que
cantaba, o recitaba, bramidos acerca de seguir sangrando.
Me impresiona. Quizás porque por “aquí” sí siento que he pasado más de una vez, no me es ajeno.
ResponderEliminarGracias por escribir. Eso, así, es lo que quiero decirte.
Gaby