Viniendo del silencio.
Muchas personas que
nacemos de algún modo signadas, nos vamos adentrando tímidamente en ese
mínimo e irregular segmento de mundo que nos toca vivir, con alguna o bastante dificultad
inicial, casi podría decirse constitutiva. De ese modo empezamos
a intentar escuchar y ver, con una cierta molestia que primariamente no
logramos definir correctamente, o quizá mejor dicho, no logramos acertar a comprender enteramente.
Con ese ruido de fondo arremolinado
e increyente habitando nuestras cabezas de poco más que monos, salimos
a caminar por las calles desconsideradas e intimidantes que nos
tocan en suerte, con muchísimo miedo de tropezar… De hecho casi siempre
tropezamos bastante…
Dibujamos heces en el
piso, nos limpiamos descuidadamente el culo con papel de diario y tratamos de
bañarnos lo menos posible.
Como lo que vamos oyendo de
nuestro alrededor no nos gusta, no nos convence, no nos contiene y empieza a revolvernos
endiabladamente las tripas. En primera instancia nos peleamos con ese entorno.
Hacemos un poco de exorbitada esgrima contra lo que nos rodea, u otras veces,
somos todavía más drásticos y rompemos puertas y ventanas, prendemos fuego
algo, o lo volamos decididamente por el aire. En resumen, atentamos fuerte y
conscientemente contra la tan venerada propiedad privada, eje fundamental de
nuestras sociedades. Hacemos uso indebido de diferentes sustancias… y nos damos
desaprensivamente de cara contra la autoridad instituida.
Casi con seguridad, nos
terminan guardando un tiempo…
Para luego, con la entrada
en juego de algo que podríamos dar en llamar buena fortuna, dirigirnos inevitablemente,
pero sin darnos demasiada cuenta, al silencio.
Desde ese silencio,
algunos, tenemos la enorme e invalorable suerte de
renacer y comenzamos un proceso de llenado de nosotros mismos, con una compilación
de sonidos que damos en considerar relativamente propios. De nuestra elección,
para ser más exactos.
Desde algunas palabras
imprecisas construimos lo nuestro. Nuestros sueños y márgenes.
Nuestra ética, moral y
costumbres, que a veces suelen distar de ser buenas o siquiera tolerables para aquellos
que no tienen otra posibilidad que aguantarnos en los arrabales de sus hogares.
-
¿Qué otro remedio
les queda y nos queda?
Conato de aproximación a
un intento.
Todos aquellos hechos a
los que intentare hacer referencia a continuación, y no se si es del todo
correcto plantear a estos como tales. Los conservo en una forma sumamente extraña
de nitidez. No termino de entender porqué intocable razón, me cuesta tanto
trabajo tratar de acercarlos a la habitual configuración que guardan
normalmente los recuerdos. Los tengo en la mente como un desarrollo vívido pero al que le faltan pequeños
segmentos, por un lado y por otro. Como si a cada uno de los cuadros que
componen la sucesión de imágenes de los mismos, se le distorsionaran ínfimos
trazos, alternativamente.
No tienen consistencia de
recuerdos, ni de sueños…
¿De delirio? – Podría ser
en alguna medida.
El audio en cambio, sin
ingresar en tangencialidades, creo poder reproducirlo con relativa fidelidad.
El sujeto desconcertado y
desconcertante. El auditorio errático.
El tipo pretendiendo darle
forma a una suerte de presentación desaforada, mediante un desajustado boceto
de monologo, que guardaba perfecta concordancia con su figura de difícil
lectura. Más o menos así, dado el tiempo y la distancia, creo que fueron sus dichos.
-
Probablemente
inspirado en esa fantasmal ruta infinita que cruza la llanura indecible de la
que somos minúscula e inevitable parte integrante. Y en el desconsolado y amarronado
rio interminable, que las autoridades pertinentes e impertinentes, nos tienen
terminantemente prohibido tocar, en virtud de que lo han convertido en una descomunal
cloaca a cielo abierto. Anclado fuerte y
fehacientemente en mi propia incapacidad de enumerar certeramente. Es
que voy a las cosas, de la forma en que voy. Sin la filtración de demasiados
escrúpulos. Con constitucional y desmedida brutalidad.
-
No tengo en mi
haber muchos triunfos, diría mejor, casi ninguno. Pero… mi esmirriadisima
esperanza, permanece inconmovible. No claudica, ni claudicara jamás.
-
Aunque tenga la
totalidad de las alas, completamente hechas mierda, las mires por donde las
mires. Soy un terrible y desmesurado
pedazo de pájaro, hijo de mil putas… bastante más volátil que volador… pero un extenso
pájaro al fin.
-
Un ser alado,
inflamado de plumífera convicción alienada, que busca su pequeña porción de cielo salvaje…
-
Y además, apenas
piso un corcho, despliego inmediato vuelo rasante…
-
Entre otras
cosas…
-
¡Salud!
Club de amigos de la
desproporción.
- En el cultivo ingente y
preciso de la desmesura, me he encontrado siempre extremadamente cómodo.
Hace muchos años, con unos
pocos amigos y unos cuantos enemigos, desarrollamos la idea de conformar un
club que promoviera la desproporción en sus diferentes aristas.
- La verborragia es una de
las formas que puede adquirir el desconcierto en su faceta más humana o
humanoide. En la lluvia de expresiones descarriadas, el sujeto desconcertado
sale a pescar desesperadamente, con sus pobres elementos de pesca intrínseca, algún
que otro escurridizo pez acierto.
Algunas veces el anzuelo
trae alguno; otras: el pescado salta al bote.
El viejo.
En el centro de un parque
perdido en esta desparramada ciudad nuestra. Un señor anciano de estatura
minúscula, preparaba cuidadosamente su pulpito descompuesto.
Un sencillo cajón, que alguna
vez sirvió para transportar frutas, pulcramente cubierto por un paño de un
color verde, similar al que se puede encontrar en las mesas de villar.
El hombre vestía un
raleado traje negro, unos zapatos que parecían no haber sido lustrados nunca,
una camisa despedazada y un hilo por corbata.
En un gesto sumamente
rápido y estudiado, acomodo su desprovista cabellera descolorida y después de
tomar una buena cantidad de aire, arranco con una rasposa voz de motor de dos
tiempos y baja cilindrada, cruelmente usado por una buena cantidad de terribles
insanos, hijos de varios miles de putas; su discurso plagado de estricta y
soberana demencia.
-
Damas y
Caballeros: no me mueve en modo alguno la intención de molestarlos.
-
Mis motivos son
simples y claros. No vengo a hablar en mi nombre.
-
Porque mi nombre
es nadie. - ¡Si! - Don Nadie. Así pueden llamarme si gustan.
-
Soy tan solo una
voz pequeña y frágil que se levanta de la miserabilidad y la inconsistencia de este cotidiano
absurdo.
-
No hablo en
nombre de ningún dios, ni de ningún hombre.
-
Hablo desde todos
los hombres que habitan esta viejísima y desconsolada humanidad mía.
-
Todos los hombres
que conocí, cuentan en mí su historia sin razón.
-
Su historia
ciega, sorda y muda.
-
Su desvelo.
-
Su desarrapado
desvelo. ¡Que es sombra!…
Un suspiro aspirado y el
señor: siguió.
-
¿Conocen ustedes
la sombra?...
¿A dónde vas a ir a parar,
viejo querido?
Tengo que tomarme algo,
pensé automáticamente… sin embargo, el viejo con sus resonancias mecánicas, me tenía
profundamente interesado.
-
La sombra del
hombre, surge del mismo. Lo persigue a través de su existencia.
-
¡Yo no quiero que
crean! ¡Yo necesito que puedan ver!
-
¡Que puedan
entender!
Como sumido en un transe,
aspiro profundo y empezó a aplaudir, al tiempo que se desarmaba gritando:
-
¡Aplaudan!
¡Aplaudan!
-
No me aplauden a mí,
aplauden a sus sombras…
-
Ellas son las
dueñas de sus vidas. Ellas tienen todas las llaves.
Una señora muy elegantemente
vestida, que aunque se encontraba muy cerca, hasta ese momento no había visto,
me sonrió con sutil complicidad.
-
Es un gran actor,
esta preparando un nuevo monologo y dice que de esta manera consigue adentrarse
mejor en el personaje.
Mira vos. Me cago, pensé,
sin emitir el más mínimo sonido.
Le sonreí a la señora y me
aleje a la velocidad de la luz.
- Siempre, desde que tuve
conciencia, o algo, que con alguna fuerte dosis de buena voluntad podría ser
considerado como similar a la conciencia; cuando me encuentro perturbado, por
alguna razón que no alcanzo a comprender enteramente; busco en la acción de
caminar descarrilado, sin rumbo fijo, sin destino grabado; un modo de
asimilación de mis cavilaciones extraviadas; que algunas veces termina
imprevistamente, dando por resultado el encuentro con alguna clase de esmerilada
respuesta… parcial, acotada, simplificada…
O a veces un poco más, que
irremediable y taciturnamente eso.
En esas ocasiones suelo
fumar un poco… bastante… mientras camino.
El humo del cigarrillo me
acompaña y se suma a los otros humos que contiene el escenario habitual de mi
ensimismamiento.
- Es difícil pensar usando
símbolos; aunque esos símbolos desgastados, a los que llamamos palabras, sean
los elementos primordiales de la construcción de nuestro encuentro con ese
exterior que damos en denominar: “Mundo”.
Y ese conglomerado
desproporcionado, parece ser el motivo de nuestras ocupaciones, reflexiones y andanzas.
Las palabras solo se terminan
en las extremidades de nuestras existencias. Ahí cuando somos casi nada más que:
suaves caricias, plácidamente extendidas o exaltadísimos golpes, en la cara de
todo lo que se cruza a nuestro paso.
De darle trompadas a la
propia cara, supuestamente reflejada en una pared completamente opaca, se
mucho.
-
Tuve que pensar
mucho antes de venir a hablar con vos… y la verdad es que no tengo muy claro lo
que quiero decirte.
-
Ni muy claro, ni
ligeramente oscuro.
Hay muchísima gente que no
tiene ni la más remota idea de lo que afirma, sin embargo: ¡Afirma!… Sin que ninguna clase de pudor se cruce por
delante de su predica.
-
El señor
atildado, desparrama estupideces hacia los cuatro puntos cardinales.
Con una sonrisa abstracta, ubicada en un
punto poco convencional del rostro.
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