http://nohuboderecho.blogspot.com/2012/02/la-justicia-en-crisis-6.html
Cuando pensamos quietamente
o nos planteamos con ingenuidad balbuceante, el derecho que sin lugar a dudas deberíamos
tener todas las personas simples a la justicia, que como deber inalienable, nos
debería proveer el Estado. Casi de manera automática nos remitimos al papel de
victimas de delitos. No contenidas ni comprendidas por un “Sistema Judicial”
que da vista de numerosos signos de agobio, abarrotamiento e impericia.
Pero del otro lado de esta
interpretación rumorosa, tan ampliamente extendida y difundida con vehemencia y
a grandes títulos por los musculosos defensores del intocable estado de las
cosas; con sus frecuentes pedidos de endurecimiento de las penas y baja en las
edades de imputabilidad. Hay otras visiones, más oscurecidas y con muchísima
menos aceptación entre las tibias y sencillas personas que caminan por las
calles de los pueblos y ciudades; haciendo sus habituales compras en los
distintos tipos de tiendas o yendo a los templos de sus peculiares credos, con
absoluta y desprevenida distracción amable.
Hay otra cotidianeidad que
da vueltas de carnero por los incontables rincones obscenos de estas tierras de
verdaderas vírgenes morbosamente manoseadas.
Inicialmente lejos de los púdicos
despachos ornamentados con balanzas y mujeres ciegas, que pretenden aludir a
una equidad que se da de cara con la realidad, y con cruces que remiten a
injusticias lejanas, marchan los crucificados de estos días.
Caminan por sus lugares de
privación esparcida, donde nuestras sociedades cubicas, los preparan desde sus
pequeñas y miserables cunas rodeadas de heces, para que desarrollen sus vidas
como carne de presidio, carne de tumba, carne
podrida.
Ahí, en los pantanos,
donde los rayos del simpático y sonriente sol de la pretendida “Republica” no
llegan; nacen nuestros condenados, sin primario derecho a juicio, ni al más
mínimo amague de debida defensa.
De esos arrabales
embarrados se los extrae con alguna escusa, casi siempre escasa de sentido,
para hacerles dar un paseo por alguna celda de comisaria, y más temprano que
tarde, apilarlos en unos edificios desproporcionados que se suelen dar en
llamar graciosamente “preventorios”.
Allí, en esas
descorazonadas instituciones, aceptables para las autoridades que detentan el
ejercicio del poder en el sector; se los cocina a fuego lento en el desprecio y
el maltrato, que los terminara por volver, casi con seguridad, irremediables.
Porque determinados
dolores, padecimientos y crueldades, no encuentran remedios, sino paliativos,
con una gruesa cantidad de efectos colaterales. Y son esas sustancias, las que por lo general
comenzaron ayudando en el trabajo, y con frecuencia asisten en su conclusión.
Desde el sentido común no
pareciera difícil encontrar soluciones más razonables a las vigentes.
Pero es innegable que la
razón pierde por grosera paliza en lo que a estas lides, y a tantas otras, se
refiere.
- ¿Pero no todos los pibes
que nacen envueltos en los desordenados residuos de nuestras comunidades, caen
en la delincuencia?
- ¿Es una suerte, no?
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