El tono es un elemento esencial en
una composición de cualquier índole y en especial en una que se pretenda, de
algún modo, como artística o algo por el estilo, más o menos, así. Y es
probable que lo sea en casi cualquier otra cuestión de la vida entera. Seguro. Cuando
pienso en el tono, pienso automática y puntualmente en un pequeño amplificador
de guitarra que tuve hace unos cuantos miles de años y que termine arruinando
por exceso de uso o, quizás, diciéndolo mejor, por uso abusivo, desaprensivo…
Su particularidad más ostensible era la absoluta simpleza, tenía tan sólo un control
de volumen y uno de tono…, y era ese simple control de tono la llave que abría
la enorme complejidad encerrada en sus elementales circuitos.
Puedo pensar también, a
continuación, en un viejo pintor que pintaba exclusivamente unas horribles figuras
fantasmales y tremendamente monstruosas… Siempre, cuando veía cada una de esas
obras espantosas, pensaba en la necesidad de llevar al viejo a pasear por otras
calles diferentes de la vida para que se tomara algunos buenos tragos de algo
bien fuerte y bailara un poco ebrio con alguna chica que le aportara a esa
visión tan lúgubre que cargaba algo de la luz que también tiene que tener, sí o
sí, la existencia… Porque por ahí está la clave, en ese equilibrio que se suele
calificar de delicado entre los graves, los agudos y los medios… ¿No? El
problema puede llegar a radicar en que no suele haber disponibles controles de
tono tan amigables como aquel que tenía el amplificador chiquito que les
contaba con anterioridad, que te dejaba hacer casi cualquier cosa.
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