Suarez
compró un traje gris, muy oscuro, casi negro. Hacía muchísimo tiempo que no se compraba
nada de ropa, transcurrió por algunos meses de un profundo malestar consigo
mismo, pero su ánimo se había modificado en los últimos tiempos, una nueva
secretaria de gerencia irrumpió con una sonrisa que modificó drásticamente sus
expectativas vitales. Compró también una camisa gris claro, una corbata con un
tramado extraño y unos zapatos negros, brillantes, que terminaban en una
terrible punta. Suarez no podía dejar de pensar en la sonrisa luminosa, en las
piernas y en la insinuación culmine de ellas.
Transcurridos
un par de días, Suarez retiró el traje, con unos arreglos que fueron necesarios,
ya realizados. A la mañana siguiente, se vistió con la impecable novedad de su
indumentaria. Había cambiado, mucho, más allá de lo evidente. No hubo quien no
notara lo sucedido con Suarez en la gerencia y sus alrededores, salvo ella que
prosiguió como si nada hubiera pasado, con su amplia sonrisa desentendida.
Ese
mediodía, Suarez tuvo que ir a resolver un conflicto en una de las plantas más
apartadas. Llegó al final de la tarde, con los pantalones y los zapatos muy
embarrados. Ella le sonrió diferente, se ve que el barro le llamó la atención. Quedaron
en tomar algo después del trabajo.
A
los pocos meses se casaron, se mudaron a una casa con un parque hermoso y
enseguida tuvieron tres hijos, dos varones y una nena. A todos les encantaba
chapotear en el barro.