No
es razonable que un hombre tan tremendamente viejo, sucio, desagradable, oscuro,
oxidado, desdentado, rancio, se sienta tan tremendamente conmovido por unas
piernas tan tremendamente jóvenes. No es aceptable, de ninguna manera; no es
normal, es anormal, monstruoso, aberrante. ¡Inaceptable! Ese señor es una
bestia pestilente. Viejo borracho, perdido, miserable.
La silueta
de la nena caminando suavemente con su uniforme de colegio muy exclusivo, por
la vereda en la mañana soleada; las dulces piernas largas y la pollera escocesa,
en varios tonos de azul, tableada, mínima, oscilante… Cómo es la vida, no se
puede creer. Qué piernas más lindas, blancas, solidas, perfectas; completamente
cubiertas de una pelusa transparente, casi imperceptible. Y el pelo rubio,
largo, brillante, impecable, publicitario.
El
hombre viejo no puede oler, no tiene olfato, lo perdió, pero aspira e imagina:
el perfume que es la esencia exacta de la vida misma. La imaginación lo es
todo. La imaginación hace posible lo imposible, esa es sin duda una de sus mejores
funciones. Cuando se escaparon las posibilidades más deseables, se tiene la
imaginación; ahí está: un mar cálido que nos abraza.