sábado, 24 de mayo de 2014

Banderas dementes.

Juan ha estado siempre un poco loco pero esto se ha ido profundizando bastante, parece; concuerdan en que la cuestión es más o menos de ese modo casi todos los que dicen conocerlo; me exceptúo porque no soy un parámetro válido y el asunto de pretender conocer a las personas —de verdad, profundamente, más allá de la evidente cáscara— me genera muchísimas dudas, tendríamos que empezar por conocernos a nosotros mismos. Igual, su locura nunca ha dado signos de ser peligrosa, ni para él ni para terceros; la suya es una locura calma, templada y muy agradable al trato, agradabilísima. Sólo una cierta desconfiguración que remonta buen vuelo bien rápidamente y unos ligeros toques de perderse y no dar respuestas razonables, a veces; aunque el concepto de razonabilidad es tan discutible… ¡Tan discutible! ¡Tan pero tan, tan, tan discutible! La verdad es que desde chico ha sido así y no ha empeorado demasiado, creo yo, ¿quizás apenas?, no sé, no podría aseverar nada en concreto.
Recuerdo cuando nos fuimos en una oportunidad de vacaciones, tendríamos veintiuno o veintidós, en una combi destrozada que habíamos comprado por nada y anduvimos infinidad de tiempo dando vueltas por la costa Uruguaya y del sur de Brasil, haciendo desastres… Juan le sacaba unas monedas a la gente realizando unos retratos sumarios que eran un absoluto disparate, con visos de un cubismo expresionista simplificado, y nunca se parecían en nada, ni cercanamente, al supuesto retratado que miraba los trazos con invariable asombro confundido. Era precioso como les explicaba que lo que él dibujaba era lo que se veía más allá de las apariencias superficiales, que él iba hacia lo profundo, por atrás de ellas, y era eso lo que pretendía trasladar al papel: la esencia; algunos se reían infinitamente con sus cuentos, casi todos.  
Hace unos cuantos días discutió, fuertemente, con Georgina, su mujer por años, básicamente porque ella quería que de alguna manera se asentara, que encontrara alguna clase de rumbo distinto a su normal delirio de aleteo fluctuante. Juan no aceptó esa idea, él dice que ha sido lógico demasiado tiempo y que ya no quiere saber nada con ningún tipo de lógica, que tiene decidido ser completamente ilógico de ahora en adelante, sin excepciones. En su boca suena gracioso, ¿cuándo fuiste lógico?, se le podría preguntar, pero uno sabe que él contestaría que siempre lo fue, hasta ese momento, y que tiene decidido no serlo más; y aunque esto nos resulte delirante, ¿qué podríamos decirle? Lo cierto es que puede ser qué esté cada vez más loco, pero de un modo amable, simpático. Juan ha sido siempre muy amable y simpático.
Se peleó con Georgina y se fue a vivir a un departamento mínimo en el final de un estrecho pasillo derruido e interminable, colmado de plantas, que tiene pegada a la última puerta una escalera caracol que permite subir a la vivienda que Juan decoró con una virulencia desencajada hecha con cosas que recogió, fundamentalmente, de la calle. Toda la vida anduvo trayendo cosas de la calle.
Parece que Martín fue a visitarlo y lo recibió con un conejo cocinado de manera increíble en una cacerola de barro, varias botellas de un vino rosado exquisito y un flan con una crema extraña pero riquísima. Parece que Martín dijo que está bien, que está trabajando en el depósito de una ferretería industrial y está contento; que en los ratos libres pinta especialmente con óleo y que elabora, muy entusiasmado, una serie de máscaras y de banderas. El tema de las banderas es una constante en Juan; recuerdo una oportunidad en la que estuvo más de diez horas hablando ininterrumpidamente de una pintura que estaba haciendo, ¿no sé sí la habrá terminado alguna vez?, decía que era una bandera viva…, que por lo general las banderas eran ideas muertas, momificadas, pero que él estaba pensando en que eso tenía, necesariamente, que variar y las diferentes banderas de las diferentes cuestiones debían cobrar una vida y modificarse, constantemente, para poder expresar algo en movimiento, en crecimiento, y no quedarse detenidas en una visión que había sido, pero que ya no podía ser más, porque las cosas cambian y las banderas también tienen que cambiar, evolucionar... Juan es esas maravillosas ideas extrañas al mundo y su descarriada forma de defenderlas y plasmarlas.
Parece que Georgina está muy preocupada por Juan, eso le dice a todo el mundo todo el tiempo sin detenerse ni a respirar, y le pidió a Martín que intente influir en él para que vuelva a su antigua casa con ella y con los gatitos que lo extrañan increíblemente, pero parece que Juan no quiere saber nada y le dijo que, en todo caso, si quería, que ella viniera a vivir ahí, con él, en su nueva morada agreste.
Según Nuria, la mujer de Martín, Martín está más preocupado por Georgina que por Juan.
Georgina es una buena mujer, muy dulce, singular, quizás algo aniñada y habla mucho.
Hace unos días Georgina fue a visitarlo y salió llorando porque Juan casi no le dirigió la palabra y se la pasó pintando sin siquiera mirarla. Le dijo a quien quisiera escucharla que Juan estaba muy desmejorado y que prácticamente era imposible comunicarse con él porque se había desquiciado terminalmente.
Todo el asunto derivó en que Carlos, el papá de Georgina, salió disparado a hablar con Juan y volvió desahuciado. Dicen que Juan le dijo a Carlos que, si bien ama a Georgina, no la soporta porque ella requiere una atención excesiva y él, en este momento, está obligado a dedicar su interés a su pintura.
Con Juan el tiempo se mezcla y uno está viviendo algo que ya vivió pero mejorado, es como si siempre se estuviera pintando la misma pintura interminable que se va cargando de nuevos signos por sobre los signos anteriores y entonces el entramado cobra diferentes significados, o significados recrudecidos, y se muta a otras situaciones que son las situaciones anteriores con explicaciones distintas y cada vez más fortalecidas y brillantes, porque Juan es brillante hasta en sus opacidades, sobre todo por como las cuenta.
He pensado mucho en que debería ir a visitar a Juan pero no voy porque, probablemente, tengo miedo de querer quedarme a vivir con él en la pocilga.  
Me soñé caminando por el pasillo que me contaron y subiendo la escalera caracol para encontrarme con un Juan sonriente que navegaba entre el vaho de la pintura y unos whiskys. Me senté a un costado a ver como pintaba una bandera con cielos y espuma y restos humanos, algo de sangre, y un sol con ojos tranquilamente desorbitados, como los de Juan. 
Finalmente, fui a verlo. El pasillo era más largo, más derruido y más selvático de lo que se hubiera podido imaginar.
Me encontré con un Juan loco, como siempre; amable, como siempre… y tan salvajemente vivo como sus banderas dementes. 
Parece que tenía razón él.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario