Las preguntas surgieron a partir de verlo trabajar ininterrumpidamente por un par de horas. Yo hacía tiempo hasta una reunión, leyendo el diario y tomando vermut. Él era un tipo de unos setenta años largos, escribiendo con lápiz y a veces borrando, casi sin detenerse, en un cuadernito de esos de tapa blanda, chiquitítos, escolares. El dueño del pequeño bar, que también suele oficiar de mozo, me había anticipado -al notar mi interés- que se trataba de un señor dedicado a la poesía, lo dijo así, en esos términos.
-¿Le puedo preguntar algo?
-Si, por supuesto, pregunte lo que quiera.
-¿Qué está escribiendo?
-Todavía no sé bien.
-¿Poesía?
-No, son notas para lo que seguramente después, si puedo, será una novela. Por lo menos eso espero.
-¿Cuál podría ser el tema?
-A la imposibilidad de definir claramente eso me refería cuando le decía que todavía no sabía bien de qué estaba escribiendo. Es difícil, a veces uno empieza pretendiendo contar algo y termina en otra cosa completamente distinta. A mí me pasa mucho eso, probablemente por mi manera de escribir... y de pensar, también, seguro. Por esa razón en esta oportunidad me he decidido por arrancar haciendo como una suerte de esqueleto de lo que, de andar todo bien, será la obra.
-¿Ha publicado ya algo?
-No. Peor que eso... bastante peor. Un cuaderno un poco más grande que éste es lo único que conservo de todo lo que he escrito en todos estos años. El resto lo fui quemando en sucesivas fogatas purificadoras... o autodestructivas, no sé.
-Es una obra concluida.
-Es un conjunto de poesías.
-Me encantaría leerlas.
-Usted viene siempre acá. Se lo voy a traer.
Han pasado varios meses y el señor no ha vuelto a aparecer por el bar Transilvania.