sábado, 14 de enero de 2012

Síntomas crípticos.

La mirada rígida, helada, extraviada.
La voz repentinamente enjaulada en un silencio pertinaz que no se resolvía ni parecía tener visos de ninguna resolución posible.
El incesante roce de dos exudadas manos firmemente enmarañadas.
Las piernas recogidas, rigurosamente apretadas una contra la otra, al igual que los labios secos y morados, y en apariencia también los dientes.
Se había levantado de la cama unos pocos minutos antes de caer en ese trance inexplicable que sobrevino después de un malestar fundado en una suma de recuerdos oscurecidos, con la virulencia de una gran tormenta eléctrica.

El hombre que abrupta e imprevistamente se había quedado completamente estático era todavía relativamente joven, algo así como casi cincuenta. Fuerte, de contextura mediana y buena traza, empezaba a presentar ligeros signos de calvicie y unas pocas canas desperdigadas. Nunca hasta ese momento había padecido enfermedad alguna, más allá claro esta de las comunes de la infancia y simples resfriados o algo por el estilo.
No tomaba jamás medicamentos y llevaba una vida simple, austera y controlada, sin excesos de ningún tipo. Rara vez disfrutaba de un buen vino, whisky u otra bebida alcohólica muy pero muy circunstancialmente. No fumaba desde los veintipico, comía con extremada metódicidad sin buscar en ello placer y hacia algo de deporte... iba a un gimnasio, jugaba un poco al tenis, un poco al squash y algunas veces se prendía en algún partidito de fútbol con un grupo de amigos de la secundaria con los que se había seguido frecuentando casi sin interrupción desde aquellos tiempos de la adolescencia.
Era graduado en ciencias económicas, tenia varios posgrados y trabajaba hacia muchísimos años a cargo del área de personal de una gran empresa del sector textil.
Tenía una solida posición económica basada en largo tiempo de muy buenos ingresos y una eficiente y prolija administración de los mismos.

Su mujer, de unos cuarenta años, muy linda, alta, delgada, de unos enormes y hermosos ojos verdes enmascarados por el agua y la sangre. No lograba comprender nada de lo que estaba pasando.
-       Ayer estuvo perfecto todo el día. Hablamos un par de veces por la tarde, estaba contento...
Llego, jugo un rato largo con los chicos en el parque, se rió mucho, cenamos bien, charlamos de cosas de todos los días... sin importancia, nos fuimos a dormir, miramos una película en la televisión y nos dormimos abrazados... 
Y hoy cuando me desperté lo encontré sentado en ese sillón, así.
Un brote agudo de llanto e impotencia detuvo sus palabras.
-      No se preocupe. Dijo el supuesto medico, sin un sesgo de relativa convicción.
-    Vamos a pedir asistencia especializada y vemos. Expulso abrupto.
Se separo de ella para hablar por teléfonos celular.
La brusca parquedad del supuesto profesional la puso más tensa de lo que ya de por si estaba. No encontraba consuelo y no lograba mirar a su marido más allá de unos instantes desprendidos y superficiales. Automáticamente, sin posibilidad de controlarse, se cargaba de una angustia extensa que la ponía al borde del ahogo.

Esperó apartada a que el supuesto facultativo terminara la comunicación y lo miro firme, fijo y entre signos de pregunta.
Ante la ausencia de la más mínima e insignificante respuesta, intentó una forma de recomposición y dijo: - Me voy a ocupar de que mi hermana venga a llevarse a mis hijos.
Se sentó en la oscuridad del cuarto en el que había dormido hasta hacia un par de horas y en la cama revuelta parecía buscar la solución del enigma que se le presentaba inexpugnable.
-        Ali soy yo Gaby, estoy muy preocupada, Juan apareció en un sillón del comedor completamente inmóvil... tiene la vista perdida, helada, ni parpadea, no dice absolutamente nada, no responde, no se mueve, es como si se hubiera vuelto loco de pronto... Y se quebró en un suspiro agudísimo.
-        Gaby ya salgo para allá, por favor tranquilzáte, va a estar todo bien.
-        Bueno por favor vení.
-        Ya salí.       
-        Gracias Ali.

El retiro del sujeto enajenado por parte de los supuestos especialistas en salud mental se produjo al estilo de un comando, rápido, expeditivo, sin consideración ni explicaciones. Al evaluar el cuadro dispusieron el traslado a algo así como una supuesta clínica sin darle a Gabriela mayor alternativa que la de subirse en la parte delantera de la ambulancia.
Un chófer joven y condolido con su desconcierto, le refirió tibiamente que no se preocupara, que seguramente encontrarían la forma de ayudarlos.
Ella sonrió tenuemente. No sabia que pensar.
La llegada al supuesto nosocomio le deparo a Gabriela inmediata soledad. Un supuesto profesional de la medicina que se presento como él Doctor Eduardo Quiroga le tiro escuetamente: - Espere acá, le vamos a hacer unos cuantos estudios.
Y ella se sentó a esperar en un ambiente preparado a tal efecto, cubierta de una gran cantidad de nubes de miedo.

Hacia ya un tiempo que su relación con Juan no era la de ese amor primario, inicial que los había unido. Las cosas usuales, el desgaste que produce inevitablemente la convivencia, las diferentes formas de ver las cosas. Cada uno tiene sus maneras y sus percepciones... y a veces es difícil compatibilizar. Aparte el tiempo nos va cambiando, para bien y para mal.
Se cruzaban por su cabeza tantas ideas. Sueños juntos que se fueron escapando, se fueron sin que ninguno de los dos los haya dejado, desaparecieron.
No podía parar de llorar.
El mismo dolor grueso de la mañana, de verlo ahí sentado, paralizado.
El dolor de no tener respuestas.

El absurdo inexplicable de absolutamente todo.

Juan nunca volvió a recuperar la conciencia, murió pocos años después de un supuesto paro cardio-respiratorio en una supuesta clínica, supuestamente especializada en supuestos cuidados intensivos.

miércoles, 11 de enero de 2012

Las razones de los desesperados.

El televisor que emanaba el brumoso y desordenado discurso de un extraño pastor sin ninguna coherencia ni el más mínimo rebaño, mezclado con un ligero pero enroscado ruido blanco; se enmudeció de pronto.
Se había cortado repentinamente la luz y el tipo tardo la decima parte de un micro-segundo en saltar la valla que separa la estable normalidad del temido desequilibrio.
Sentado en la enorme cama desprovista de sueños y cargada de ausencias, se tomo la cara con la extrema violencia del que quisiera arrancársela.
Enajenado en la suma y la multiplicación de los desconciertos, le temblaban considerablemente las piernas, los brazos y la boca.
Desvariaba, cerrando con rabia infinita los dientes, acerca de lo que él mismo denominaba “su destierro”. Susurraba y susurraba desparramadas excreciones.
De un golpe, se paro pesado, y apretando con los pies el piso de roble, se encamino a una botella de Vodka y a un vaso, que lo esperaban en una hermosa mesa desquiciada, untada con un gran cumulo de desperdicios; restos amargos de una serie de vacíos recientemente acontecidos.
Tomo todo el contenido de la botella, vaso tras vaso, casi sin interrumpirse siquiera para respirar o fumar, y envuelto en ese mismo e incandescente remolino de furia, se vistió con lo primero que encontró, para eyectarse de ese departamento que se le había vuelto repentina y rugientemente hostil.
En la calle encontró su auto y las llaves estaban en el bolsillo.
Condujo anegado de sombra hacia un destino más anegado e incierto todavía.
Sin detenerse, sin querer pensar, sin dejar que él cuenta vueltas del auto bajara por un instante de 5000, se desplazo en el sentido que el insignificante viento traía.
Una luna tenuemente azul y desperdigada se reflejaba en el rio interminable y al pisar el barro crujiente que el agua había dejado al retirarse, se percibió descalzo.
La playa ennegrecida… La mierda flotante y su olor obsceno… Las pérdidas… Los escombros…
La constante de fantasmal basura…
El ritmo de su jadeo marcaba su marcha enloquecida… Enceguecida…  
Se golpeaba los ojos, alternativamente, uno y el otro, cada vez más rápido.
Pretendía… ¿No se?
Después de un inextinguible rato, el contacto con ese segmento desconectado de mundo enfermo pero bello, pareció tranquilizarlo, y lentamente sus pisadas bruscas e irascibles se fueron transformando en pasos más humanos.
Otro cigarrillo aspirado con esa particular exasperación, el vaivén y los recuerdos demacrados y ahora grises.

La mañana lo encontró sentado sobre las raíces descubiertas de un árbol mirando la linea de unión del río y el cielo, fumando tibiamente “su destierro”.
Algo que no me atrevo a enunciar había cambiado para siempre…

¿Vaya uno a saber que diablos?...